Las múltiples aristas del antivalor de la honradez

Numa Pompilio Maldonado

Comúnmente al ladrón lo catalogamos como una persona sin honradez o como el individuo que roba a otros y a las instituciones públicas. Y a este conocido antivalor, contrario a la honradez, hasta lo dividimos en dos categorías: 1) la del vulgar ladrón, callejero, arranchador, sacapintas…, que vive del hurto menor o mediano, y entra y sale de la cárcel como si nada; y, 2), la del ladrón de frac, el más peligroso de todos porque roba o asalta a las instituciones públicas, llevándose grandes cantidades de dinero sin importarle si atentan contra la estabilidad de la nación, pero goza de impunidad porque es aliado o pertenece a la clase política corrupta o dominante del país. Conforman una subcultura de extremos sociales: en el extremo inferior el lumpen degradado y en el superior las mafias corruptas poderosas, pero ambos con formación amoral hereditaria y línea sucesora generalmente asegurada…

En buena hora, la mayor parte de ciudadanos del mundo, no pertenecemos a estas estirpes sin moral y consciencia, presentes en todas partes y en todas las épocas. Escoria de la humanidad.

Pero hay otro tipo de robo menos perceptible, notorio y poco señalado y condenado, y hasta desapercibido. Desgraciadamente, este sí, consciente o inconscientemente, practicado con mucha frecuencia (me atrevería a decir, casi rutinariamente) por una significativa población humana. Veamos algunos ejemplos.

El robo del tiempo de los demás ( y también del nuestro), cuando llegamos tarde a una reunión de trabajo, por la simple tradición reñida a la impuntualidad que nos caracteriza, o a los ridículos “humos” que nos queremos dar si ocupamos un cargo que nos resulta grande. O cuando hacemos comentarios o chismes denigradores, quejas superficiales, propuestas indignas. El robo del mérito de otra persona, cuando usurpamos o denigramos su nombre, o irrespetamos su autoría en cualquier campo de la creación y la investigación. El usual robo a los pobres campesinos que nos venden productos limpios en la calle o en la feria libre del fin de semana cuando, por inhumano costumbrismo, al bajo precio que nos ofrecen les exigimos una rebaja mayor (los campeones de este robo despiadado son las mafias de intermediarios, carentes de empatía y sentimientos, que les ofrecen precios de producto robado y utilizan balanzas mañosas amparados por la autoridad).

Le robamos el equilibrio vital a la naturaleza y a la Pachamama, cuando usamos más de lo necesario, construimos casas enormes o poseemos otras que apenas utilizamos; adquirimos vehículos que contaminan la atmósfera, mantenemos fábricas que contaminan el agua y el suelo; o, como autómatas, seguimos fieles al consumismo impuesto por las multinacionales.

Roban la dignidad, el bienestar y la salud de miles de personas aquellas pocos individuos o empresas que acaparan más de la riqueza de la mitad de la humanidad, por el simple morboso prurito de acaparar cada vez más, a expensas de la inequidad provocada por ellos mismos que causa sufrimiento de millones de pobres sin trabajo y sin amparo.(O).