Recuerdos de mi tierra

Efraín Borrero E.

El danés Meik Wiking, prevalido que Dinamarca ha encabezado el ranking de los países más felices del mundo, creó el Instituto de Investigaciones sobre la Felicidad. En su quehacer ha llegado a la conclusión que “las personas se sienten más felices con sus vidas si tienden a albergar una perspectiva positiva y nostálgica del pasado”.

Los lojanos somos así, atados entrañablemente a nuestra tierra nos sentimos dichosos de escudriñar con la memoria sus rincones porque nos encontramos con inagotables recuerdos, con nuestra identidad, con nuestras raíces, con anécdotas y con nuestra querencia que se mantiene como un roble. Disfrutamos escuchando o leyendo historias pasadas de lo nuestro porque así retrotraemos el tiempo para acariciarlo con nostalgia. Los lojanos somos personas muy especiales. Alejandro Carrión nos describe magistralmente.

Esos recuerdos no dan tregua, más aún para aquellos que estamos en el último tramo de nuestra existencia, porque en estos momentos de vida más “nos acercamos a la tierra de nuestra infancia, y no a la tierra en general, sino a aquel pedazo, a aquel ínfimo pedazo de tierra en que transcurrió nuestra niñez, en que tuvimos nuestros juegos y nuestra magia, la irrecuperable magia de la irrecuperable niñez”, como decía Ernesto Sabato.

Imbuido de esos recuerdos y mientras esperaba mi turno en la Mutualista Pichincha, frente a la plaza central, recorría con la mirada y la mente ese gran espacio físico en el que funcionó el Teatro Vélez, una sala de cine de películas selectivas.

A medida que la función se desarrollaba el local se inundaba con el humo de cigarrillos Camel, Lucky, Chesterfield, Kool, Parliament, Full y chamicos, algunos de los cuales eran producto de las ganancias en la ruleta del “Sapo”, porque esa era la forma de pago por las apuestas. La preservación del medio ambiente todavía no se asomaba en el país, estaba lejos, y los fumadores hacían lo que les daba gana en cualquier sitio, aun bailando.

En cierta ocasión se presentó en el Teatro Vélez el Trío Los Imbayas integrado por indígenas imbabureños. En Loja no sabíamos nada de ellos y por eso no les paramos mucha bola, pues creíamos que sólo le entraban a la música saltashpa. La novelería hizo más fuerza y el teatro se repletó. Comenzaron su intervención interpretando un bolero de Los Panchos, después pasillos, vals y pasodobles, realmente nos dejaron con la boca abierta. Pero el cierre fue bestial, se mandaron Rock & Roll que estaba en boga y la gente estalló en aplausos.

Casi nos perdemos semejante espectáculo que seguramente fue uno de los últimos de los Imbayas, porque inmediatamente viajaron a España donde se radicaron por cerca de 35 años.

Se dice que en ese sitio el cartagenero Bartolomé de Vivanco, que se casó en Loja con Isabel de los Reyes y fue Fiel Ejecutor y Regidor Perpetuo del Cabildo de Loja, construyó su casa en 1763. Bartolomé de Vivanco fue uno de los que suscribió el Acta de Independencia de Loja, el 17 de febrero de 1822. Mi ancestro, Juan Agustín Borrero Baca, en cuya casa se alojó Simón Bolívar en su visita a Loja, también estampó su firma en el documento.

Todas las noches, junto a la puerta del Teatro Vélez, encontrábamos a don William Alfonso Brayanes Martínez conocido como el Cubanito, hombre muy formal, refinado, pulcro y gentil, y por supuesto de gran conversación. En 1934 dejó su querida Santa Clara, en el centro de la isla cubana, tierra de sol abrazador, verdes campos y ribeteada por colinas desde donde descendió el Che para librar una de sus batallas. Finalmente se radicó en Loja para siempre.
Fue muy considerado y respetado; hombre trabajador y honesto. Vivía en la casa de las señoritas Aguirre, allí daba paila a la elaboración de sus exquisitas cocadas. En las noches se trasladaba a ese sitio con su carretilla muy bien puesta y vistosa para comercializar sus productos. Yo prefería las blancas, realmente de exportación. Creo que fui uno de sus más asiduos clientes.

El Cubanito dejó un gran legado, su hijo Willam Brayanes Criollo, distinguido poeta, narrador, humorista y destacado caricaturista, que es un orgullo de Loja.

Luego que don William Alfonso falleciera en 1985, Hernán Sotomayor, con afecto, simpatía y admiración rindió justo tributo a este apreciado personaje de nuestra historia, a través de la composición “Cubanito Dulcero”, canción galardonada con el primer premio en el Cuarto Festival Nacional de la Canción, en 1993, que se sumó a otros grandes logros de reconocimiento alcanzados por Hernán, un acreditado y prestigioso cantautor lojano.

Con la sutileza de la palabra impregnada en sus versos evocó al Cubanito recorriendo galaxias con su carreta, siempre con su “sonrisa de coco en el alma”. Eres la huella del pueblo/ que no se puede olvidar/ de la nostalgia y recuerdo/ la sombra de un viejo andar.

Los espectáculos artísticos y teatrales se presentaban en el Teatro Bolívar, por su amplio espacio escénico, además de las funciones de cine que se realizaban todos los días en matiné y noche. Se asegura que su construcción trataba de replicar al Teatro Nacional Sucre de Quito. En la parte superior del escenario se conserva el óleo denominado “Las Musas de la Inspiración” de José María Castro Villavicencio. Lamentablemente, a las impúdicas Venus “viringas”, que estuvieron una a cada lado, se las tragó la tierra.

“Chacho”, el otro Vélez, era quien lo administraba. Yo ingresaba de agache a las funciones de cine porque le había puesto el ojo a mi tía, bella y encantadora mujer por la que perdió la cabeza y con la que contrajo matrimonio.
El otro cine fue el Teatro Popular, caracterizado por las películas mexicanas que tenían una gran hinchada. Las de Cantinflas, Luis Aguilar, Tin Tan, María Félix y Pedro Armendáris estaban entre las preferidas. De ocho a nueve de la noche nos deleitaban con música del momento; y, en el cierre, Sangre Ecuatoriana, un pasodoble nacional, anunciaba el inicio de la función.

Allí se presentó Paúl Sol en su época de auge. Con Jorge Guerrero lo recibimos en el aeropuerto de Catamayo. Lo saludé con un efusivo abrazo después de muchos años. Gonzalo Erazo le brindó el respaldo musical en piano. El público deliró cuando Paúl interpretó la canción que le dio popularidad y lo identificaba: “Burlado”. Desde entonces no lo he vuelto a ver.