Atahuallpa y la nacionalidad ecuatoriana (I parte)

Leer o releer la obra Atahuallpa del lojano Benjamín Carrión será un poderoso alimento para tonificar el civismo y una potente lámpara para iluminar el rostro de la ecuatorianidad. Fue publicada en 1934 con una prosa maravillosa y cargada de contundentes datos, pasajes y referencias sobre la vida de Atahuallpa, el príncipe quiteño que llegó a convertirse en el último emperador del esplendoroso imperio inca.

El libro a más de ser una pieza literaria magistral es dueña de un enorme valor histórico gracias al sustento referencial de valiosas y rigurosas obras de historia: Los comentarios reales del Inca Garcilaso de la Vega, Historia general de la República del Ecuador de Federico González Suárez, América Hispana de Waldo Frank, La vida de Francisco Pizarro de Luis Baudin; Historia de la conquista del Perú de William H. Prescott). A no dudarlo, aquello garantiza credibilidad, a la hora de abordar hechos fundamentales sobre los que se levantan los pilares de nuestra nacionalidad ecuatoriana. Entre tantos otros, mencionaré a los que considero de mayor importancia. Con precisión se aclara que, antes de la conquista de los incas que arribaron desde el Cuzco, el territorio que hoy forma parte de Ecuador perteneció al Reino de los Quitus y de los Caras, gobernado por los shyris, siendo los dos últimos: Cacha-Duchicela “Shyri XV” y Paccha-Duchicela “Shyri XVI” (abuelo materno y madre de Atahuallpa, respectivamente). Ello es de enorme valor histórico porque ratifica y justifica plenamente que el Ecuador tiene su propio y genuino origen histórico, el cual, se remonta al Reino de los Quitus y de los Caras; que hasta 1475, año en que fue conquistado sangrientamente por Huayna-Cápac; fue un dominio autónomo y completamente separado del poderoso imperio inca que se imponía en gran parte de los Andes. Como ha sido característico en gran parte de la historia de los pueblos, la conquista del inca Huayna-Cápac al Reino de Quito generó un terrible enfrentamiento, entre el ejército de los incas y de los quitus, que solo pude ser pacificado con la entrega de la princesa Paccha-Duchicela al ganador de la guerra: el inca Huayna Cápac. Se cuenta que mientras el inca era un hombre entrado en años; la shyri quiteña Paccha-Duchicela era muy joven, bella y dueña de un cuerpo similar a la forma de un cántaro de agua, torneado con curvas perfectas. Como era natural y predecible, Huayna Cápac quedó prendado de la joven quiteña y fruto de su amor carnal y pasional, nació en Quito el gran Atahuallpa Yupanqui Duchicela por el año de 1500. Se menciona que Huayna-Cápac quedose en Quito varios años, no se precisa un número exacto, pero se calcula que fueron entre seis u ocho años; tiempo en el cual surgió una enorme cercanía con su esposa Paccha Duchicela y su hijo Atahuallpa. Mientras eso sucedía, la coya imperial: Rahua-Ocllo, que vivía en la ciudad imperial del Cuzco (el ombligo del mundo y la capital del Tahuantinsuyo) junto a las ñustas y a su hijo Huáscar, reclamaba celosamente el regreso de su esposo conquistador por considerar que el objetivo de la campaña militar hacia el norte había sido cumplido en demasía con la anexión del Reino de Quito al Tahuantinsuyo. A pesar de ello, Huayna-Cápac dilataba su retorno al Cuzco aduciendo que su visita en Quito debía prolongarse para afianzar la presencia inca en las tierras norteñas, aunque lo más probable era que su amor hacia Paccha y Atahuallpa eran las verdaderas razones para prolongar su estancia en el norte. Es indudable que el auténtico cariño entre padres e hijos no nace solamente del nexo biológico de la sangre, sino de la diaria y constante relación sentimental por la que se tejen los hilos invisibles e indestructibles del amor paterno y filial. Eso es lo que precisamente sucedió entre Huayna-Cápac y Atahuallpa. Una relación indisoluble, estrecha, espontánea y extraordinaria, en la que el inca lo amó y preparó intensamente para que sea algún día el nuevo líder del imperio del sol y de la luna. Sobre este entrañable vínculo, Benjamín Carrión en su obra, refiere la siguiente cita de autoría de Federico González Suárez: “Atahuallpa era despierto de ingenio, ágil, expedito y de memoria feliz; se mostraba animoso y resuelto, presagiando en los entrenamientos de la niñez las aficiones guerreras que dio prueba más en la edad madura. Huayna-Cápac gustaba de tenerlo siempre a su lado, haciéndolo comer en su mismo plato y enseñándole, en persona por sí mismo, todas aquellas cosas que constituían la educación de los príncipes en la corte de los señores del Cuzco”. Aunque esta cita transcrita revela la inmejorable relación de Atahuallpa con su padre, no debemos olvidar que por sus venas circulaban torrentes contradictorios de sangre: por un lado, el amor a su padre y por el otro la ira de saber que ese mismo padre fue el que mató y ordenó matar a sus parientes y súbditos en la laguna de Yahuarcocha. (Continuará).