Lo que dices es lo que eres

El poder de la palabra en voz alta favorece intelectual y emocionalmente al niño y al joven que sabe empoderarse de su estilo personal para expresarse con perspectiva desde un comportamiento y situación específica de su escolaridad, lo cual crea un contexto especial en el escenario de su participación de disertador, o bien cuando lee textualmente, o cuando desde la lectura silenciosa, luego tiene el deseo ferviente de comunicarse para hacer sentir a los demás que en él o en ella no cabe la imposición ni la vanidad para intervenir, sino solo el deseo ferviente de expresar lo que siente frente al impacto del texto leído.

Y es que esta circunstancia personal del escolar por participar libre y voluntariamente se debe a una serie de circunstancias positivas que una lectura libremente asumida genera, como la de sentir en lo más hondo de su inteligencia espiritual que “hay que ser rico en amor, en amigos, en familia, en paciencia, en triunfo” (Klaric, 2019, p. 111) en perseverancia, porque siente que la vida desde esta perspectiva es más llevadera, más armónica, más sentida antropológica y axiológicamente.

La lectura, desde este contexto escolarizado y familiarizado, ha despertado en el escolar muchas ventajas que no se quedan en el cobijo de su corazón; pues, tienen que ser oídas por los demás. A eso se debe ese afán de aparecer en público no tanto para transmitir literalmente un asunto literario o de cualquier otra rama del conocimiento que se estudia en la escolaridad, sino porque el afán es el de contar su historia personal, tomando como pretexto un tema de disertación determinado, para tratar de dar a entender simbólicamente por qué hace las cosas así y cual es su motivación más importante y, ante todo, llegar a descubrir qué es lo que necesita hacer para enriquecer su historia personal al estilo de como proceden los grandes líderes cuando inspiran cooperación, confianza, cambio (Klaric, 2019, p. 111), respeto y transparencia en sus acciones.

Por eso, lo trascendente en el escolar cuando interviene en voz alta se debe a las motivaciones profundas que lo promueven a intervenir; pues, lo que dice es lo que es; y cuando esto es así logra construir una conexión emocional con el público, no para que le crean al pie de la letra lo que dice, sino porque su discurso, a través del poder de la palabra verbalizada, ha hecho posible que sea “percibido de formas diferentes según la perspectiva y la ‘intención’ del observador” (Dilts, 2014, p. 61), y esto es lo saludable, lo enriquecedor para el interviniente y para el que escucha. Aquí, la voz del interviniente es autoridad, es vida y expuesta según lo que asevera Antonio Coque: “Para ser un efectivo comunicador es indudable que hay que usar, y bien, la voz. Debemos de ser capaces, a través del lenguaje, no solo de pensar lo que decimos, sino que nuestra audiencia crea de verdad en lo que decimos: ser capaces de transmitir una fe, una convicción de la cual contagiemos, en lo posible, a nuestra audiencia” (2013, p. 92).

En la vida escolar, por lo tanto, no se interviene con la lectura en voz alta para conseguir puntos para aprobar una materia ni para lucirse vanidosamente ante los demás. Se interviene libremente porque es el deseo de hablar con entusiasmo, pasión y sinceridad de lo que el escolar ha leído. La tesis en estos casos es clara: es el amor por la lectura lo que promueve a intervenir en voz alta para conversar, para narrar, incluso así se esté leyendo literalmente. En este orden, “la lectura es más que solamente enseñar lo básico, más que enseñar ejercicios y habilidades” (Trelease, 2012, p. 245).