La razón y la emoción al servicio de la lectura hermenéutica

Poner la razón y la emoción al servicio de la lectura hermenéutica sirve para procesar la información que recibimos de un texto determinado, contribuye a la mejor expresión de nuestra conducta humana desde una actitud mental robusta metacognitiva, lingüística y trascendente, en la que nuestro pensamiento debe aflorar airoso, ecuánime, reflexivo, con una visión lista y dispuesta para aportar positiva, democrática, cívica, política y axiológicamente en momentos tan difíciles económica, ética, educativa y de bio-seguridad que el planeta vive, sobre todo a partir de la pandemia del coronavirus 2019, y desde tres grandes elementos que con una fuerza arrasadora, sin precedentes, hoy enfrenta nuestra naturaleza humana: la globalización, la tecnología y el cambio climático.

Pues, “en un momento como este, optar por hacer una pausa y reflexionar en lugar de sucumbir al pánico o replegarse es una necesidad. No es un lujo ni una distracción. Es una manera de aumentar las probabilidades de entender mejor el mundo que nos rodea e interactuar de forma productiva en él” (Friedman, 2018), cada cual desde su realidad vital y de existencia humana que lleva a cabo en el ámbito de sus quehaceres cotidianos.

En efecto, una de las mejores maneras de entender el mundo y de ser productivos teórica y pragmáticamente en cualquier campo del saber humano, es desde una adecuada postura lectora que nos lleve a repensar nuestra forma de vida desde nuevos patrones de conducta lingüística, psicológica, estética y hermenéutica que nos posibiliten entrar en contacto con lo más profundo de nuestro ser, es decir, con nuestra realidad espiritual, de manera que nuestras emociones y nuestra racionalidad se encaminen a coexistir con tres elementos básicos que no deben desampararnos en ningún momento: la práctica mistérica y pensante del amor, la libertad y la tolerancia.
Desde esta perspectiva, el ente lector que, en su continuo contacto con el texto libremente elegido, pueda toparse con expresiones como esta: el ser humano “que practique los misterios del amor entrará en contacto no con un reflejo, sino con la verdad en sí. No hay mejor ayuda que el amor para alcanzar esta bendición de la naturaleza humana” (Osho, 2015). O aquel enunciado que expresa que: “hasta la fecha, los seres humanos somos muy susceptibles a los humores y emociones de quienes nos rodean, lo que nos induce a adoptar toda suerte de conductas: imitar inconscientemente a los otros, desear lo que tienen, dejarnos llevar por virulentas sensaciones de cólera o indignación” (Greene, 2019), tal como sucede en el campo de la política, de los negocios, en las relaciones amorosas o de carácter profesional, e incluso en la familia.

Y todo porque frente a la falta de ideas robustamente consustanciadas de humanismo, nuestra conducta para valorar a los demás y a uno mismo, se degrada, se soslaya lo más substancial de nuestra “subjetividad humana, las intenciones, deseos, expectativas, aspiraciones, convicciones, y la historia personal de cada sujeto” (Ortiz Ocaña, 2015), aparece vacua y, ante todo, despojada de todas las concepciones estético-éticas que son las que robustecen a nuestra razón, y emocionalidad para actuar ante el mundo con la más plena y genuina pleitesía humana que sí aparece cuando nuestra vitalidad espiritual se abre al pensamiento reflexivo que de humanismo, de arte y de ciencia sí les es posible generar a los autores en la sabrosa elocuencia de una conversación o en la escritura de un texto bien redactado y estilísticamente presentado para que sea leído y hermenéuticamente asumido, de manera que, desde nuestro entorno socio-educativo-cultural, podamos brindar lo mejor de sí, desde la creatividad mental higiénicamente preparada para pensar y actuar con coherencia y responsabilidad antropológico-lingüísticas.