Una de las etapas más vulnerables en la vida de los seres humanos a no dudarlo es la vejez, en la que debemos enfrentar situaciones y cosas que hasta ese momento eran desconocidas, pues no reparábamos en ellas cuando disfrutábamos de la primavera de la juventud. Después de la niñez, es la fase en la que nos volvemos frágiles, sentimentales, poco ágiles, e incomprendidos, sin contar los achaques propios de salud, que trae consigo la avanzada edad.
Me puse a reflexionar sobre este tema, debido a circunstancias que se conectaron entre sí en estos días. Por ejemplo, las secuelas de esta pandemia, que, al parecer, pretende quedarse por mucho tiempo entre la humanidad, pensé en cómo deben sentirse este grupo etario de la sociedad, afectados por la pérdida súbita de seres queridos que quizás para ellos eran compañía irremplazable en sus días y noches. La cosa se complica aún más, cuando habitamos un país tercermundista, sin las suficientes garantías para este sector de la población, que en su gran mayoría no ve la luz al final del túnel, ancianos abandonados por el Estado y en muchas ocasiones por su propia familia. Transeúntes obligados de un gobierno y un conglomerado social indolente, que los mira como objetos inservibles, negándoles casi por completo, la posibilidad de sentirse útiles a sus semejantes.
Una de las estupideces más grandes de esta sociedad del siglo 21, es descartar todo el acopio de sabiduría que los ancianos pueden aportar en diferentes aspectos de la vida, aspectos, en los que podríamos extraer cosas sorprendentes, que servirían de mucho a los habitantes de este mundo, que se cae en mil pedazos frente a nuestros ojos que reflejan impotencia. La senectud es injustamente vista entre nosotros, es sinónimo patente del úsalo y tíralo, al que nos estamos acostumbrando peligrosa e inconvenientemente.
Un familiar cercano, que tuvo recientemente la oportunidad de departir y dialogar con gente de la tercera edad, me refería que una de las aflicciones más recurrentes en ellos, era la soledad, consecuencia del abandono de los que son ahora más jóvenes, otro punto digno de tener en cuenta es, la inobservancia permanente de sus derechos, por parte de organismos llamados y creados para velar por su seguridad y bienestar. Sin ninguna razón se los despoja ayudas que son muy importantes para ellos, como en innumerables casos del bono solidario que es vital, para este sector poblacional.
La juventud de este tiempo, a lo menos que puede aspirar es, a envejecer con dignidad, en un ambiente propicio para ello, pero de seguir tratando así a nuestros adultos mayores, seguramente se verán reflejados si tienen la suerte de llegar a ser viejos.
Por favor no echen por la borda, todo lo vivido por seres, que aún pueden iluminar nuestro sendero, pese a estar sentados en una antesala en la que talvez muchos de los que ahora me regalan su atención para leer este modesto comentario estarán sentados mañana, la antesala de lo inevitable, la ceremonia de clausura de lo que fue el alba alguna vez y ahora es el ocaso de la vida.