Loja colonial, Loja de antaño, Loja real

Cuando el lojano sale de su tierra tiende a identificarse mejor, comprende que la ciudad no es únicamente su marco geográfico entre dos ríos y un paisaje urbano alterado. Aprende a condensar individualidades, formando un espíritu colectivo y entiende que todas estas características influyen en las mujeres y hombres que contestan en urbanismo y libros.

Loja es moderna sin la necesidad de tener gigantescos rascacielos que la ofusquen y en su seno pululan grupos humanos que no se conocen. Es grande y sin el beneficio de un bienestar social (desde su fundación), porque una minoría autoproclamada nobleza soslaya al pueblo, por considerarlo cholo, chazo, indio o negro. El lojano es incapaz de tranzar el mito con la realidad, no se coteja la alegría de la comodidad social, tipo colonialista, con la nostalgia de la injusticia social. Aquí no se mira cara a cara a la realidad para llegar al conocimiento desnudo y esencial para denunciar.

Loja, ciudad fronteriza, Centinela del Sur del Ecuador es la urbe en donde se dan de manotadas los conservadores, socialcristianos, demócratas cristianos, café pistas, comunistas de tiraje moscovita o Pekín, aliancistas, castristas, liberales que oye misa de cuatro, de ocho y de diez, socialistas demócratas, revolucionarios y velasquistas, en todo intermediando radios, periódicos, manifestaciones, hojas sueltas y otras demencias de propaganda cantinera. Prima la endemia del liderazgo.

La tradicional capilla de El Sagrario ha sido derruida. Capilla de renombre, donde la crema y nata de los blancos abuelos se bautizaron. Padrinos, familiares e invitados se congregaban en el bautisterio para solemnizar la conversión al cristianismo de un nuevo vástago familiar o del amigo. Ahora, La Capilla del Sagrario y sus terrenos aledaños son un barrio curial.

Once campanarios pregonan que la vida colonial se ha prolongado y que la ciudad de Loja vive plena de tradiciones y leyendas; once sombras lanceadas de los aventureros; once espadachines que saludan al cielo. Campanarios que, envueltos en la neblina del Zamora, del Malacatos y del incienso, evocan tercamente las castas privilegiadas que mantienen las injusticias sociales. Pobre aristocracia colonial, pobre torpe nobleza, incapaces de todo esfuerzo; en el vacío que su ineptitud dejó se levantaron los caudillos conservadores, los héroes de rebeliones y cuartelazos. Nació el curuchupismo dado en las personalidades ávidas de cuándo y con ademanes quijotescos.

La ciudad se pone bulliciosa y metálica cuando las campanas de los 11 campanarios resuenan como un solo bronce. Es el tiempo ido. Bálsamo desmayado. De estas nimbadas de los diferentes Santos patronos. Tumbas dormidas. Incensarios que recuerdan a los braseros de piedra que regaban nubes de oloroso humo de sachanís, entre música de flautas.

La ciudad seduce, a todo, como los ojos de sus mujeres; la paz conventual oculta muchos absurdos, propios del subdesarrollo aglomerante.