Un adecuado proceso de digestión del conocimiento

Es verdad que hoy se lee más que antes, sin embargo, hay que seguir insistiendo en que la mayoría de lecturas que, sobre todo en los medios virtuales hoy se cultiva con mucha dinamia, no ayudan a que ese lector pueda desarrollarse con un mayor acervo de leguaje, de manera que pueda armar un andamiaje de principios pragmático-semántico-axiológico-lingüísticos, los cuales desde la fluidez de un pensamiento asertivo, coherente, armónico, estético y hermenéuticamente asumido, le puedan servir para contribuir al robustecimiento cognitivo de un supra-metalenguaje que, confidencialmente asumido, permita apropiarse reflexiva y críticamente de la vida familiar, social, cultural, humanística y científica para que, desde una postura intelectual, emotiva y espiritualizada contextualmente, el lector esté en condiciones reales de generar una apertura sana y de deseo libre y voluntariamente asumido para arribar a las fuentes del conocimiento que él crea pertinente leerlas para sostener con presteza, lo que señala el filósofo Lin Yutang: “Lo que se halla envuelto en el proceso de la tecnología a la sencillez, del especialista al pensador, es esencialmente un proceso de digestión del conocimiento, un proceso que comparto estrictamente con el metabolismo. Ningún estudioso culto puede presentarnos su conocimiento especializado en términos sencillos y humano hasta que haya digerido por su parte ese conocimiento y lo haya puesto en relación con sus observaciones de la vida” (2005).

En consecuencia, para que el lector que hoy vive inmerso en el mundo de la tecnología una gran parte del tiempo, pueda digerir esa información que a diario recibe y que, como hemos señalado, no siempre es la más asertiva para que, desde ese mundo de palabras, pueda asumir un compromiso con la vida desde lo más genuinamente humano, necesita llevar a cabo un adecuado proceso de digestión del conocimiento a través del análisis y reflexión de esa información, no sin un adecuado esfuerzo intelectual de pensamiento debidamente interiorizado según los niveles de formación que cada lector posee a la hora de pensar sustantivamente.

Pues, “pensar es una práctica y que, como cualquiera, tiene sus leyes y dificultades. Para pensar necesitamos siempre cierto control, necesitamos criterios, y solamente se obtienen cuando los problemas que nos plateamos son parecidos a los que se plantean los demás. La ayuda de los demás en el pensar es insustituible. Si nuestros pensamientos se alejan tanto de la vida cotidiana (…) acabamos perdiendo el contacto con la realidad, y entonces ni siquiera nosotros mismos sabemos si lo que pensamos tiene sentido” (Terricabras, 2005), tal como sucede en muchos casos de lectores que viven inmersos en las redes sociales sin analizar adecuadamente lo que leen, escriben y crean desde el vaivén de las circunstancias en las que se ven inmersos.

De ahí que, necesitamos tener criterios de discernimiento para digerir bien el pensamiento de los demás; pues, si solo leemos a la ligera las circunstancias diarias y poco edificantes de lo que los otros producen también a la ligera, sin ningún condimento edificante, de seguro que llegaremos a tener ese mismo comportamiento: inútil, insustancial y poco edificante para el sustento de nuestra formación que debe acudir a modelos de lectura que sean de “verdadera luminosidad del conocimiento que se llama sabiduría. [Cuando esto es así] no hay ya un sentido del esfuerzo, y la verdad se hace fácil de entender porque pasa a ser clara, y el lector obtiene ese supremo placer de sentir que la verdad misma es sencilla y su formulación natural. Esa naturalidad del pensamiento y el estilo (…) es tenida a menudo como proceso de un desarrollo que madura gradualmente” (Yutang, 2005), desde luego, si el lector se propone salir de lo superfluo para acudir a las fuentes del conocimiento que en verdad lo iluminen para tener una nueva mirada sobre lo más substancial que la vida posee para aprender a bien vivir.