Don Isauro y Nahun Briones

Fue en 1925 que don Isauro estuvo en El Empalme, sitio de bifurcación de los caminos hacia Celica y Macará, para averiguar sobre la hacienda Yaraco que su propietario Alejandro Vélez había manifestado interés por venderla en cuarenta mil sucres. Don Isauro deseaba adquirir un predio rústico apto para la ganadería cerca de Macará, ya que el negocio de bovinos, mulares y caballos en el norte peruano era muy rentable.

Por entonces, El Empalme fue un lugar desolado con una pequeña y sencilla casa construida con hualtaco, bahareque y teja, que servía de “tambo” a los fatigados viajeros que a lomo de mula se dirigían a esas localidades.

Allí conoció a Arcesio, joven campesino lugareño apasionado por la riña de gallos finos. Juntos almorzaron seco de gallina runa con zarandaja, exquisito grano que en esos campos se cultiva. Conversaron amenamente y la confianza no se hizo esperar. Le habló de su aspiración y proyectos futuros.

Arcesio le comentó que estaba camino a Celica para “jugar” el gallo y la “gallineta” que traía consigo. Los compré en Catacocha y son de gran camada, me dijeron que eran importados. Vamos don Isauro, en la gallera hay gente que conoce al dedillo la hacienda Yaraco y le van a dar razón de todo. Así fue.

En la gallera, Arcesio lanzó al ruedo su gallo y encargó a un compadre tener en brazos la gallineta. El contendor fue un avezado plumífero criollo con pinta de cóndor. Cuando éste comenzó a propiciar fuerte castigo al gallo importado, la compañera fina de pelea se desprendió de los brazos del compadre, saltó al ruedo y atacó a picotazos al enemigo que quería acabar con su compañero, y entre los dos propiciaron una paliza a Goliat, que así se llamaba. El dueño del gallo maltrecho, de nombre Aparicio, reclamó al juez de pelea exigiendo indemnización por daños y perjuicios. Arcesio explicó que el caso fue fortuito, argumento que pesó para que los ánimos se apaciguaran.

Conversando con algunos de los galleros, don Isauro supo que el señor Vélez deseaba vender la hacienda Yaraco por temor al bandolerismo que mantenía en zozobra al sector de frontera. Yo de usted no me arriesgaría, le insinuaron. No se preocupen, no temo, siempre estoy seguro de lo que hago, respondió. De su parte Arcesio insistía en las andanzas de Naún Briones.

En junio de ese año 1925, por encima del temor y con la firmeza de su convicción, don Isauro adquirió la hacienda Yaraco. Desde entonces se arraigó a la querencia de esa heredad que supo cuidarla con esmero, pasión y cariño, entregando todo su esfuerzo.

Tenía un cúmulo de sabiduría, conocía dónde se asentaba el arcoíris y la forma de consultar a los astros las condiciones climáticas. Fue la representación del hacendado patriarcal que humanizó la relación con los campesinos, que en la práctica eran sus amigos y acompañantes. Arcesio y Aparicio se constituyeron en sus más allegados y fieles colaboradores.

En medio de la tranquilidad del trabajo rutinario, se presentó de repente un hombre desconocido en la casa de hacienda, portando una nota de un tal Porfirio que exigía a don Isauro entregarle cierta cantidad de dinero, caso contrario lo mataría. En el mismo papel respondió: venga a verme personalmente, y se lo devolvió. Nunca más supo de él.

Don Isauro viajaba frecuentemente a Macará por sus negocios de ganado. En cierta ocasión se encontró con dos forasteros en El Empalme. Compartieron la estrecha mesa de la única casa donde preparaban algo para comer. Uno de ellos preguntó a don Isauro quién es, él se identificó ¿Y ustedes? Dios pregunta menos, contestó sin alzar la mirada. El ambiente enmudeció y don Isauro se retiró intempestivamente. En el instante en que se disponía a montar su caballo para continuar viaje a Macará, fue abordado por quien minutos antes tuvo una respuesta descomedida, y le dijo: soy Nahun Briones ¿Qué quiere?, preguntó don Isauro. Nada, sé que usted es un hombre trabajador, honrado y que no ha explotado a nadie, vaya tranquilo, contestó mirándolo a los ojos.

Cuando comenté a Publio estos hechos anecdóticos relatados por mi abuelo, ofreció llevarme a conocer Cangonamá, tierra de Nahun Briones. Lo hizo a inicios de 2019, acompañado de mi cuñada, a propósito de haberse organizado en esa parroquia, días antes, el Simposio “Entre la Leyenda y la Historia”, en el que participó el laureado escritor cañarejo Eliécer Cárdenas recientemente fallecido, autor de la novela “Polvo y Ceniza”, ganadora del Premio Nacional Casa de la Cultura Ecuatoriana; así como el empeño de erigir en ese lugar un monumento que perennice el nombre de ese hijo de Cangonamá, repudiado por unos y admirado por otros.

Ingresando al pueblo se lee un rótulo: “Bienvenidos a Cangonamá, tierra del legendario Nahun Briones”. Conversamos con un anciano quien reveló algunos datos de la vida del personaje. Regresamos convencidos que allí Nahun es un hijo predilecto.

Durante el trayecto hacia Loja, mi mente se aferró a la imagen de ese hombre admirable, virtuoso e intrépido, don Isauro, mi padre.