Cuestión de dignidad

P. Milko René Torres Ordóñez

En estos días he mantenido contacto con un selecto grupo de compañeros, todos estudiantes de un Master en Escritura Creativa en una antigua y clásica universidad europea. No cabe ninguna duda que nos apasiona escribir. Estamos contentos, a pesar de soportar la marea de la estresante dinámica de la metodología de estudio. Unas cuantas semanas para retomar aires nuevos y retornar en febrero del próximo año. Todavía no salgo del estupor en la experiencia del contacto con el dinosaurio de Monterroso. Esta tarde imaginé encontrarme en el peñón de las almas y este animal surcando las fauces del purgatorio. Como Leviatán-comentó un amigo-supongo que quisieras asomarte a este mundo literario de ideas, en los que la inspiración no cabe tanto, sino el esfuerzo y la voluntad de escribir. La sensibilidad a cuanto nos rodea nos hace diferentes, quizá vulnerables.

Para intentar escribir bien es menester tener dignidad y sensibilidad. Admiro a Jesús de Nazaret, amigo, guía y referente en mi camino en busca de la plenitud humana. El gran Maestro me ha enseñado a mirar la vida con ojos diferentes, sin perder la identidad, ni mis valores. El trato diario con Jesús me lleva a orar, recurriendo al método ignaciano, de la composición de lugar. Orar con nuestro cuerpo y nuestros sentidos, en las formas y posiciones dignas, posibles. Jesús valoró la dignidad de la persona de ciegos, ladrones, mujeres, niños, pecadores, prostitutas. Para los marginados sociales, la discriminación es la flor del día. No para Jesús. Cuenta su nivel de amor, sus ganas de amar y su voluntad de que todos nos sumerjamos en el núcleo del mandamiento más importante, actualizado y práctico: el amor a Dios y al prójimo. Me cuestiona y desinstala su valoración de la dignidad de la Magdalena: “Al que mucho ama, mucho se le perdona”; también la de Zaqueo: “Baja de ahí, porque hoy voy a comer en tu casa”. Fantástico.  ¿Qué ha visto Jesús en ellos, que no vemos nosotros? La voluntad de vivir bien. De demostrar que el pecado, al fin de cuentas, hastía. San Ignacio de Loyola enseña: “No el mucho saber harta y satisface el amor, sino gustar internamente de las cosas de Dios”.

Es el conocimiento interno para amar, de verdad, y seguir a Jesús. El vacío del amor, repleto de sucedáneos, temporales y escandalosamente superficiales. El materialismo, burdo y estéril, el consumismo navideño. La torpe muestra de un tick tock que parodia la eterna canción de la noche de paz por frases trastocadas del facebook, Instagram y whatsapp. Está trastocado el corazón de la dignidad. De nuestro ser, bendito, amado y creado por Dios. Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón no descansará hasta que esté en ti, parafraseando olímpicamente la sensibilidad espiritual de san Agustín. Mi dignidad no tiene precio. Con qué facilidad, hoy, la dignidad del hombre, su ser más profundo es mancillado. Las disculpas no existen. Fueron borradas del léxico sensible de las personas de bien, de quienes entendemos que el amor sin límites, sí existe.