Relación intrínseca entre balbuceo, música, poesía y lenguaje

Galo Guerrero-Jiménez

Si la lengua empieza por el llanto y el balbuceo que el recién nacido emite, es porque nada escapa al poder inmensamente comunicativo que la lengua tiene. Tal es así, que las normativas que gramaticalmente se han venido construyendo ortográfica, morfosintáctica, fonética, semántica y pragmáticamente en cada una de las lenguas del mundo, obedece a esa inmensa riqueza que el lenguaje tiene para que la otredad, la alteridad y el poder subjetivo del yo aflore organizada y comunicativamente desde la más viva emoción y razonamiento que, en este caso, es vital para que el mundo fluya en sus diversas manifestaciones humanas, de manera que no solo sea factible el razonamiento frío que la lengua podría emitir, sino que lo hace desde las funciones metalingüísticas y metacognitivas para que la psique reflexione desde el emocionar más sentido consciente, elocuente, axiológico, estético y antropo-ético, de manera que la lengua, en efecto, se convierta en uno de los emporios humanísticos más vivos que un individuo tiene para manifestarse con hidalguía filosófica, amorosa, musical, poética, narrativa, religiosa, mística y científicamente.

Al respecto, Evelio Cabrejo Parra señala que “cada lengua contiene un embrión de discurso gramatical y cada tradición gramatical ha elaborado reflexiones culturales diferentes sobre el lenguaje” (2020), que han hecho posible todo ese despliegue de funciones vitales en las relaciones humanas para que una comunidad pueda desenvolverse desde sus propias realizaciones antropológicas, educativas y sociales.

¿Qué le hubiese pasado a la humanidad, o cómo subsistiría si no hubiere aparecido el lenguaje para hablar, para escuchar, para escribir y leer? “Antes de la aparición del lenguaje, el cerebro humano no estaba plenamente capacitado para aprenderlo, hablarlo o representarlo. El lenguaje fue surgiendo conforme el cerebro adquiría la flexibilidad fisiológica y cognitiva necesaria para manipular símbolos; el uso de verbalizaciones rudimentarias -gruñidos, llamadas, chillidos y gemidos- estimuló el crecimiento de las estructuras neuronales que sustentan el lenguaje” (Levitin, 2019).

Y, por supuesto que, con el desarrollo del lenguaje no solo surge la comunicación sino la comunión de ideas, de ideales, de objetivos, de metas, de ilusiones y de realizaciones substanciales entre familias, amistades, congregaciones e instituciones que persiguen unos mismos fines a través de los cuales llegan a conformar una realidad trascendente tan vitalmente emparentada con gracia y fluidez axiológica para que haya organización estética y armonía en todos los asuntos humanos tanto sociales como individualmente asumidos en su singularidad para crear, imaginar y producir bienes materiales y espiritualmente aceptados en su más honda significación humano-simbólica.

Así, por ejemplo, se dice que, desde los albores de la humanidad, “la interpretación de poesía y música es tan estrecha, que su origen es indivisible y por lo general está enraizado en mitos comunes. Aún hoy el vocabulario de la prosodia y de la forma poética, de la tonalidad y de la cadencia lingüísticas coinciden deliberadamente con el de la música” (Steiner, 2013). Pues, la armonía, el ritmo, la cadencia, la comunicación, la comunión, la filosofía, la trascendencia, son tales en el lenguaje que, el músico y neurocientífico Daniel Levitin, llegó a afirmar “que la música no es una mera distracción o pasatiempo, sino un elemento fundamental de nuestra identidad como especie, una actividad que preparó el camino para conductas más complejas, como el lenguaje, las obras cooperativas de gran alcance y la trasmisión de información importante de generación en generación” (2019). De ahí que, “tanto el habla de la vida cotidiana como los discursos científicos son musicalidades en resonancia con el balbuceo propio de cada lengua utilizada” (Cabrejo, 2020). He ahí, el poder del lenguaje, gracias a su musicalidad, poesía, narrativa, comunicación y comunión.