La selectividad de la atención lectora

Galo Guerrero-Jiménez

Leer con atención, en silencio, concentrado y abstraído en el tema que sea de nuestro mejor agradado, es substancial para la formación en el aprendizaje, en el refuerzo de la memoria, en la formación de recuerdos y en esa mirada especial, única, profunda, excitante que aparece para adentrarse comprensiva e inferencialmente en esa nueva concepción del mundo que el cerebro aprehende con entusiasmo.

Pues, si el lector se logra enganchar con el tema, es decir, con el contenido de ese texto, automáticamente se aísla del mundo; estando en él, con el libro en la mano o con la mirada en la pantalla, su cerebro se prepara, ya no para concentrarse en el espacio físico en donde está ubicado el lector, ni en los recuerdos más cercanos que le son inherentes, sino, como señala David del Rosario, “desde un punto de vista neuronal, cuando atendemos a algo concreto el resto del mundo desaparece. En la práctica, la atención tiene sus limitaciones. Somos alérgicos a la multitarea y funcionamos eligiendo un único aspecto de cada situación. Gracias a la selectividad de la atención, las personas podemos abarcar aproximadamente el 10 % de la información que recibe nuestro cerebro en un momento dado” (2019).

En este sentido, es muy penoso leer un tema que no sea de nuestro agrado; la atención y la concentración bajan y, por ende, el disfrute está ausente y la poca información que el cerebro capta no logra alojarse en la memoria. Por ende, el lector, que no es lector propiamente, ha perdido el tiempo inútilmente. Como señala Jorge Larrosa, “No hay lectura si no hay ese movimiento en el que algo, a veces de forma violenta, vulnera lo que somos. Y lo pone en cuestión. La lectura cuando va de verdad, implica un movimiento de desidentificación, de pérdida de sí” (2007).

En este caso, es tal la atención, la concentración que, en efecto, el lector se olvida que existe para otra cosa que no sea para la vivencia de esa realidad momentánea, de ese mundo de información en el que aparece con su condimento humano, con su historia personal, en  que cognitiva y lingüísticamente celebra ese acontecimiento lector, gracias a que, “los ojos están conectados al cerebro por medio del nervio óptico (…). Un nervio es una agrupación de células capaces de trasmitir información en forma de impulsos eléctricos y, como la retina ya ha convertido la luz en impulsos eléctricos previamente, un nervio es el medio de transmisión ideal” (Del Rosario, 2019) para dejase impactar por esa porción de lenguaje leído y debidamente procesado cognitivamente si, en efecto, la atención fue absoluta para adentrarse en los pormenores de esa información leída y encarnada en el lector en forma de conocimiento que trasciende en calidad de relajamiento mental y gradualmente asumida en toda su contextura humana.

De ahí que, un lector atento, es un lector selecto, incluso, peligroso, como señala Larrosa cuando se refiere al lector de temas literarios, “porque afecta, en un sentido profundo, a lo que hay de más íntimo en cada ser humano. Leer, cuando es más que cubrir un programa de estudios, más que un pasatiempo, más que un ejercicio cultural, es poner en cuestión eso que somos. Incluso cuando eso que somos ha sido estructurado moralmente. Eso es la experiencia de la literatura: aquello que pone en cuestión lo que somos, lo diluye, lo saca de sí” (2007) para trasladarlo a otras dimensiones, con nuevas visiones que solidifiquen su conciencia personal, dado el impacto de las nuevas experiencias que experimenta a partir de ese horizonte de realidades textuales en las que el lector trasciende los límites lineales.