A Luz Angélica Febres.
Manos bellas simpar, benditas manos
las de mi santa madre que al nacer,
me entregaron en cada amanecer,
sus pechos, su calor y amor humanos.
Manos tiernas y misericordiosas
que me acunaron junto a su regazo,
me enseñaron a dar el primer paso,
solícitas, amables y piadosas.
¡Oh! Que lejos quedaron las caricias
que dieron a mi bruna cabellera,
sus manos blancas, suaves como armiño.
Hoy que en mi senectud esas delicias
no las siento como en mi primavera,
lloro y quisiera ser de nuevo niño.
Acf.