La evolución del arrimado

David Rodríguez

El sistema de explotación del arrimado y el huasipunguero, parte de los hacendados, aunque difiere un poco uno del otro. La mecánica funciona de la siguiente manera: el arrimado o huasipunguero recibe porciones de tierra para el trabajo, vivienda y usufructo. Como pago de arrendamiento adquirieron sus obligaciones y éstas están en relación con la cantidad de terreno dada como posesión, la misma que llaman también huerta o arriendo pagado con trabajo.

En muchas haciendas, el trabajo del arrimado es de más compromiso que el de sus huasipungueros; es un caso típico el del arrimado que no tiene derecho a salario, el dinero y paga de arriendo y subsidios lo hace con puro trabajo, muchos familiares no trabajan por dinero sino a cambio de comida, atenciones, bebida, providencia y hasta ropa, especialmente por botellas de buen alcohol que les haga hablar en lenguas muertas.

Además del trabajo de labranza de la tierra, los terratenientes han exigido al arrimado, en los jornales, como pago de las obligaciones, prestar sus servicios como: cuentayos, vaqueros, ovejeros, cuchicamas, bongos y caynadores; a veces también les tocaba el turno de pastoreo, cocina y quehaceres domésticos, en donde trabajan hasta con su familia, especialmente con sus hijas mayores y durante el día y la noche, sin recibir, las remuneraciones debidas y estando obligados al pago de pérdidas por muerte o robo de los animales y útiles a su cargo. Ha habido, además, en otras haciendas, los cargos para la peonada arrimada, de: chacracamas, queseros, lecheros, leñadores y hortelanos, trabajos que casi han igualado al arrimado lojano con el huasipunguero norteño; muchos amos han abusado de sus servidores y caynadoras.  

Sin embargo, también existen los comuneros que constituyen un importante sector campesino que vive agrupado bajo la institución llamada comuna. Estas primitivas células sociales denominadas ayllos, desaparecieron con la conquista española, por intermedio de la encomienda, la mita y el concertaje. Después, con las leyes de indias y el amparo del sacerdote, se designó la legua para el común del pueblo, el ejido o común de indios, en todos los lugares donde estas células sociales primitivas habrían sobrevivido al despojo hispánico. Las comunas actuales ya no mantienen tierras agrícolas de propiedad colectiva, cultivadas también con trabajo colectivo. Las tierras de labranza han sido distribuidas entre los comuneros en parcelas familiares entregadas para el usufructo vitalicio y que, por lo mismo, no pueden ser vendidas. Las parcelas comuneras se han convertido en propiedad privada con el andar de los tiempos. Algunas comunas, como en las adscritas a los cantones Paltas y Calvas, mantienen en propiedad colectiva las tierras y servicios domésticos. Como herencia de trabajo colectivo ha quedado la minga, forma de ayuda mutua bien conservada casi en todas las comunidades campesinas lojanas.

Los comuneros vienen a integrar una gran masa de campesinos minifundistas; pues, la mayoría tienen parcelas menores de 5 hectáreas. El aumento de población ha provocado una especie de pulverización de la propiedad agraria. La tierra se ha dividido y subdividido por la sucesión por herencia y el crecimiento vegetativo de la población; hasta las tierras de pasto se han convertido en tierras agrícolas. Además, casi todas las comunidades cuentan con el problema de la usurpación de tierras de parte de los terratenientes vecinos y dignatarios de las mismas comunas. A excepción de unas pocas comunas organizadas, las demás no pasan de ser hacinamientos de pobreza. Los comuneros son tantos y las tierras tan pocas que para subsistir tienen que acogerse a ocupaciones adicionales y pequeñas profesiones, artesanías, industrias o personajes en las haciendas cercanas o en la ciudad de Loja, una triste economía de subsistencia. Muchos se dedican al contrabando de aguardiente y después de la misa la embriaguez, constituyendo así una lacería. Los mandatarios deben poner su mirada en estas agrupaciones que no sólo tienen raigambres económicas, sino que constituyen un baluarte étnico, desde el cual defienden sus rasgos de nacionalidades oprimidas, sus costumbres y su folklore.