El mundo después de Pentecostés 

P. MILKO RENÉ TORRES ORDÓÑEZ

Viene a mi memoria el recuerdo de aquellos años en los que la juventud abrazaba la euforia y la novedad de cuanto llegaba. El paso hacia la definición de una identidad humana, vocacional y de servicio en el mundo, me llevó a recorrer los largos pasillos del Seminario Mayor “San José” ubicado en plena Avenida América y la Gasca, en Quito, y a quedarme, por siempre, lleno de amor por Jesús, María, la Iglesia. San Ignacio de Loyola escribió sus Ejercicios Espirituales para recordar que nuestra misión, aquí y ahora, es “en todo amar y servir”. De esta manera queríamos cambiar el mundo, según nuestro querer y sentir. Era maravilloso, decisivo, influyente, hacer presente a Jesús.

Después de muchas lunas, seguimos en pie con el mismo fervor, cargados de experiencia y madurez, iluminando las noches oscuras de tantos hermanos, construyendo en la playa de cada persona un castillo de arena. La ilusión nunca va a morir. En las etapas de nuestra vida hemos presenciado la caída de la Torre de Babel y el fortalecimiento de una comunidad cristiana, misionera, en Pentecostés. La simbología, que ha nacido desde aquel día, adquiere la categoría de un signo eterno, camino de salvación. Las lenguas de fuego, el idioma del amor universal, el viento fuerte, el compromiso por un mundo cristificado, adquieren la categoría de signo para pintar de color esperanza la gran verdad del advenimiento de un tiempo nuevo en el que el testimonio escasea. Sin embargo, es, sin más, nuestra razón de estar llenos de fe. A partir de la pandemia de la COVID-19, la vida cambió de rostro, murieron aquellos que compartieron algo esencial: la misericordia que muestra al Padre. Que lo define. En este entorno de paz, Jesús quiere que entreguemos nuestra vida y mucho más. El papa Francisco aboga por un mundo feliz. Les propongo que oremos mucho para que reine la paz y la sensatez. Me parece correcto que hagamos todo lo posible para derribar muros e ideologías. Pentecostés, en el vientre de este nuevo año, impregna el perfume con olor a libertad. ¿Qué podríamos esperar hoy de aquellos que han camuflado su vergüenza de la manera más cruel? La fortaleza de la Iglesia fue más evidente a raíz de la universalidad de la fe proclamada en el Pentecostés del que habla san Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Rememoro, todavía, la riqueza de la X Asamblea Plenaria de la Federación Bíblica Católica, en su diversidad cultural y espiritual. Asumo que la Iglesia, fundada sobre la roca de los Apóstoles, abrió una vez más sus puertas y ventanas para que entre aire nuevo. Los relatos de la creación magnifican cada acto en el que Dios habla y demuestra su cercanía con el ser que es su imagen y semejanza. El papa Francisco nos invita a invocar en un ambiente de oración al Espíritu Santo la gracia de aceptar su unidad porque es una mirada que abraza y ama. Como hombres y mujeres de la Iglesia estamos invitados a revestirnos de un espíritu fraterno.  Difundamos la novedad de quien entregó su espíritu para que valoremos el don de la paz.