Santiago Armijos Valdivieso
La historia refiere que lo que hoy es la capital de Portugal fue fundada por los fenicios en el siglo XIII a. C. con el nombre de Ulissipo, pero, al poco tiempo fue conquistada por los griegos y cartagineses. También se dice que Lisboa, luego de Atenas, es la segunda capital más antigua de la Unión Europea y 400 años más antigua que Roma. No es difícil entender el porqué de su importancia para la vida del viejo continente, dado que su ubicación estratégica en la desembocadura del río Tajo (el más largo de la Península Ibérica) la convirtió en el puerto más adecuado para el reabastecimiento de barcos en el comercio entre el mar del Norte y el mar Mediterráneo, sin dejar de mencionar su importancia para las rutas comerciales de África y América con Europa Occidental.
Con tan potente pedigrí histórico, sumado a su notable desarrollo y modernidad, alcanzados exponencialmente en las últimas décadas, la visita a Lisboa se ha tornado en uno de los más interesantes destinos culturales del mundo.
En mi caso, pude hacerlo, en tiempo de primavera, cuando todo se torna más colorido, amigable y tibio. Seguramente, la impresión que genera el gran movimiento de aeronaves y pasajeros en su modernísimo Aeropuerto Portela revela el nivel de movimiento de la ciudad.
Lo primero que visité fue su Plaza de Comercio, el más importante sitio histórico del centro de la urbe, en la que se levanta un imponente monumento ecuestre en homenaje al Rey José I, que con la perennidad del bronce contempla las azules aguas del precioso estuario del río Tajo. La plaza está compuesta por tres edificios porticados que la cubren en “u”, en la que en su parte norte se levanta el majestuoso Arco del Triunfo de la Rua Augusta, en cuya parte superior consta en latín la máxima: “Que las virtudes de los más grandes sean una enseñanza para todos”. En esos edificios también se albergan oficinas ministeriales, tiendas y cafeterías. Esa misma plaza, que se ha repuesto a varios sismos, fue el escenario principal de la Revolución de los Claveles, ocurrida el 25 de abril de 1974, que puso fin a la dictadura del denominado “Régimen del Estado Nuevo”, cuya duración de 48 años, impedía elecciones democráticas en Portugal desde 1925.
Deambular por sus añosas y limpias calles resulta encantador, dada la alegría de los lisboetas, quienes, con emoción, siempre están dispuestos a dar consejo e información, sobre su bella ciudad, a quien lo necesita.
Luego de recorrer gran parte del hermoso centro neurálgico de la urbe y disfrutar de su espectacular malecón, se llega a la Torre de Belém, una envejecida y preciosa fortificación de piedra construida en el siglo XVI para proteger a la capital portuguesa de los corsarios y piratas tiratiros que la amenazaban desde distintos confines. Contemplar desde las alturas de su terraza el azul inmenso del océano, bajo el arrullo de las olas que baten y rebaten el monumento, es una experiencia única que pone en modo meditabundo, sosegado y feliz al más insensible de los mortales.
Otro sitio de interés histórico resulta el impresionante Monasterio de los Jerónimos que fuera fundado en 1501, por orden del rey Manuel I de Portugal, sobre la Ermida do Restelo, en la que el navegante y explorador Vasco da Gama, junto a sus temerarios marineros, pasó en oración toda una noche, previo a su partida expedicionaria hacia la India. La entrada al monasterio es pagada, pero vale la pena hacerlo para contemplar sus bellos portales, su iglesia y sus claustros, todos dignos de la inmensa tradición portuguesa. En los sitios destinados a las tumbas, descansan los restos mortales de ilustres portugueses de la talla de Vasco da Gama, Luis de Camões y Fernando Pessoa.
En la colina de San Jorge, y desafiando los puñetazos del tiempo, se encuentra el castillo de San Jorge, una antigua edificación formada por once torres, garitas, un foso y dos grandes patios, entre cuyos muros se guarda buena parte de la historia de la ciudad y de todo Portugal. Los guías turísticos refieren que el castillo se remonta a tiempos de la dominación de los moros en la península Ibérica. De ahí que su anterior nombre fuera Castelo de Mouros, el cual, con la reconquista cristiana en el siglo XII, fue sustituido por el nombre de San Jorge. Vale subrayar que, desde el siglo XIII hasta mediados del siglo XVI, el referido castillo fue el resplandeciente palacio de los reyes portugueses; lamentablemente, en 1755, un terrible terremoto destruyó gran parte de este, aunque ahora se ha logrado una esforzada reconstrucción desde la que se tienen las mejores vistas de la capital lusitana.
A más de los innumerables monumentos y sitios históricos, la ciudad ofrece una gastronomía exquisita, principalmente caracterizada por frutos del mar, cuyo sabor se impregna en el paladar y en la memoria. Si me apuro, diré que los platos más sabrosos que ofrece Lisboa gira en torno al bacalao con aceitunas y a las sardinas asadas a la parrilla, cuya delicada consistencia se disuelve en la boca como generoso manjar. Por supuesto, estas delicias se saborean y se complementan con una botella de Oporto, un vino fortificado, con aguardiente, que brota en la región vinícola del Alto Duero.
Ya que Lisboa está rodeada de siete colinas: São Jorge, São Vicente, São Roque, Santo André, Santa Catarina, Chagas e Sant ‘Ana; goza de hermosos barrios altos. Entre estos, el más amigable, bohemio y cultural es el Barrio del Chiado: lleno de tiendas, librerías, cafés, museos y bares en los que se puede escuchar fado: típica música lisboeta en la que se mezclan notas musicales con poesía, bajo el arrullo de mágicas guitarras portuguesas y la voz cautivadora de los fadistas.
En el mismo Barrio Chiado, exactamente en la Calle Garrett 73-75, se puede visitar la Librería Bertrand que fuera fundada en 1732, la cual, según un cartelito que cuelga en su entrada principal, es la más antigua del mundo en funcionamiento. La verdad es que el sitio librero es hermoso, adornado con mueblería de madera con finos acabados y lleno de estantes repletos de novedades literarias para todos los gustos y sabores en idiomas: portugués, español, francés e inglés. Como perenne recuerdo compré el libro Los pequeños recuerdos del Nobel portugués José Saramago que, por supuesto, es muy recomendado.
Quizá, la letra de la canción Lisboa, menina e moça, interpretada por el cantante lisboeta Carlos do Carmo, proyecta y resume la hermosura de la gran capital portuguesa: “En el Castillo pongo un codo, / en la Alfama descanso la mirada/ y así deshago el ovillo de azul y mar, / en la Ribera reclino la cabeza, / almohada de la cama del Tajo/ con sábanas bordadas a toda prisa en la batista de un beso.// Lisboa, niña y moza, niña/ de la luz que mis ojos ven tan pura, /tus senos son las colinas, varina (mujer de la costa), / pregón que me trae a la puerta ternura, /ciudad a punto de luz bordada, / toalla a orillas del mar extendida. // Lisboa, niña y moza, amada, /ciudad mujer de mi vida. /// Lisboa en mi amor recostada, /ciudad por mis manos desvestida, /Lisboa, niña y moza, amada, /ciudad mujer de mi vida”.
Si resulta bueno ensanchar el horizonte de nuestra vida, abrazando nuevas latitudes y culturas, para proyectarlo en nuestro hoy y en nuestro mañana: la visita a Lisboa es una de las mejores alternativas para ello, ya que allí confluyen las auroras de la historia, de la música, del colorido, de la cultura y de la modernidad.