Un año menos y un año más

Benjamín Pinza Suárez

Un año menos que se nos va y un año más  que suma al calendario de nuestra existencia. Así es la vida, una permanente lucha de contrarios. Se necesita caer para aprender a levantarse, experimentar cicatrices para saborear la dulzura, soportar los fracasos para conocer los triunfos; pero a pesar de todo,  la vida y las etapas que atraviesa el ser humano son hermosas y hay que disfrutarlas con encanto y a plenitud, porque son irrepetibles. Es suficiente con recordar que fuimos niños: traviesos, curiosos, amigos del grito y del berrinche y, acérrimos enemigos de los regaños y del chicote; pero, ante y sobre todo, alegres, inquietos  y felices. Y no se diga de esa otra etapa maravillosa que es la juventud llena de energía y rebeldías, de sueños desafiantes, de actitudes audaces para romper normas y constituirse en prototipos de nuevos códigos. Luego viene el tiempo en donde el caminar se vuelve más pausado. Aparece la madurez y con ello, una mejor forma de apreciar el escenario de la vida y… llega inadvertida, serena, pero llega para quedarse hasta el final de la cuesta. Aquí es cuando surgen nuevas preocupaciones que revolotean en torno a los hijos, a los nietos y a los fervientes anhelos por verlos crecer, caminar y triunfar, revestidos de  principios y valores. Es una etapa en que la bohemia se vuelve sobria y reflexiva acompañada de una agradable tertulia, de un buen vino y de una buena canción, porque al fin y al cabo, la música es el vino blanco que rompe la copa del silencio.

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