Galo Guerrero-Jiménez
Si la lengua empieza por el llanto y el balbuceo que el recién nacido emite, es porque nada escapa al poder inmensamente comunicativo que la lengua tiene. Tal es así, que las normativas que gramaticalmente se han venido construyendo ortográfica, morfosintáctica, fonética, semántica y pragmáticamente en cada una de las lenguas del mundo, obedece a esa inmensa riqueza que el lenguaje tiene para que la otredad, la alteridad y el poder subjetivo del yo aflore organizada y comunicativamente desde la más viva emoción y razonamiento que, en este caso, es vital para que el mundo fluya en sus diversas manifestaciones humanas, de manera que no solo sea factible el razonamiento frío que la lengua podría emitir, sino que lo hace desde las funciones metalingüísticas y metacognitivas para que la psique reflexione desde el emocionar más sentido consciente, elocuente, axiológico, estético y antropo-ético, de manera que la lengua, en efecto, se convierta en uno de los emporios humanísticos más vivos que un individuo tiene para manifestarse con hidalguía filosófica, amorosa, musical, poética, narrativa, religiosa, mística y científicamente.
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