El baúl de los recuerdos: Desde El Pedestal camino a la catedral de Loja

Efraín Borrero E.

Por la década de 1950, las familias lojanas solíamos recrearnos los fines de semana en sitios aledaños a la pequeña urbe. Un lugar preferido era el mirador de El Pedestal, en la parte occidental, por la vista espectacular de la ciudad y su principal atractivo la imagen de bronce negro de la Virgen de la Inmaculada Concepción, llamada también Virgen Negra, de la cual se han narrado varias historias y leyendas. Conozco la versión de los curitas y confío en ellos porque saben la plena.

Basados en la tradición aseguran que un Padre Dominicano, muy devoto de la Santísima Virgen, iba todos los días a esa colina llena de matorrales, en la hora de descanso después del almuerzo, para rezar a la Madre de Dios. Cierto día lo encontraron muerto en el sitio con una nota en la que expresaba su deseo de ser enterrado en ese mismo lugar.

Conocedor de ese hecho el Padre Revilla, dominicano cuencano, con ocasión del Cincuentenario del Dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado el día ocho de diciembre de 1854 por el papa Pío IX, se propuso construir en el sitio un monumento a la Santísima Virgen. Realizó las gestiones para lograr la donación del terreno y reunir entre algunos fieles un billete que alcance para todos los gastos.

Se dice que la estatua de bronce negro vino de Europa y se la asentó sobre un pedestal grande, que es propiamente el monumento inaugurado en 1905. A eso se debe que a ese pequeño poblado se lo conoció desde entonces como El Pedestal.

Al pie del monumento se levantó una pequeña y rústica capilla. El obispo José Antonio Eguiguren Escudero hizo construir una nueva en el sitio actual y, posteriormente, la Comunidad de Padres Misioneros Redentoristas tomaron la posta y realizaron otras obras más.

Hay quien manifiesta que la Virgen Negra o Morena era muy venerada por el pueblo afro-ecuatoriano del Valle de Catamayo, y que hasta la década de los cincuenta le rendían tributo especial en la plazoleta de El Pedestal con unas cuantas alegorías que mostraban sus tradiciones.

Eso ocurría el veinte de agosto de cada año, cuando la Venerada Imagen de la Virgen del Cisne hacía su arribo a la ciudad de Loja en medio de vivas, aplausos y flores, luego de peregrinar desde su morada en El Cisne.

En el Pedestal hacía un descanso; se desarrollaba la misa y el cambio de vestimenta de la sagrada imagen. Luego, las autoridades trasladaban en hombros la urna por la calle que hoy se llama Eplicachima y que en aquel tiempo se la conocía como camino a la costa, continuando el trayecto por la calle Diez de agosto, antes llamada de la Luz Eléctrica, hasta culminar en la iglesia Catedral.

La larga columna arracimada de gente avanzaba lentamente con la fe en alto y la complacencia de recibir a la querida “Churonita”, cumpliéndose el mandato de Simón Bolívar.

Al pasar por la “Chorrera”, desde donde descendía el agua por un tubo grande para mover los dos dínamos de corriente continua de catorce KW cada uno, con los cuales se proveía de energía eléctrica a la ciudad de Loja, se tomaban las previsiones del caso por el peligro. Se la conocía como la “chorrera blanca” porque el agua se batía en el estanque construido en esa parte produciendo oleajes de espuma.

Cuenta el escritor lojano, Oswaldo Burneo Castillo, que en esa chorrera ocurrió un hecho realmente sorprendente y milagroso: su primo Rodrigo “Kiko” perdió el equilibrio y su pequeña humanidad cayó al estanque deslizándose desde ahí hasta el rio Malacatos como si estuviera en tobogán; pero no le pasó nada, más fue el susto.

También comenta que muchos años antes, Pablo Palacio, cuando era niño, le ocurrió lo mismo pero que él sí había sufrido graves lesiones, a tal punto que le quedaron setenta y siete cicatrices en su cuerpo. Menciona que Benjamín Carrión, con fino humor había expresado que este hecho esclareció la inteligencia del insigne Pablo Palacio.

A pocos metros se pasaba por la casa señorial de José Miguel Carrión Mora, el noveno de los trece hermanos, casado con Adela Aguirre Jaramillo, padres de Alejandro y Carlos Enrique Carrión Aguirre. Años más tarde, en la década de los sesenta, fue adquirida por el distinguido lojano, Rafael Armijos Valdivieso, a fin de destinarla al funcionamiento de la radioemisora Ondas Lojanas, convertida después en Radio Luz y Vida; y para la edición del Diario La Verdad, contribuyendo al desarrollo de Loja como lo hizo en todo momento desde las diversas funciones y dignidades públicas que desempeñó.

Todo ese sector fue propiedad de la familia Carrión, descendiente de Manuel Carrión Pinzano. Por las referencias familiares puedo asegurar que se trataba de una especie de estancia que iba desde el río Malacatos hasta El Pedestal.

El ingreso a la calle Diez de Agosto era a la altura de la casa de los esposos Baltazar Riofrío y Leonor Palacio, a cuya familia pertenece la destacada investigadora y genealogista Carmen Verónica Burneo Riofrío.

A continuación se pasaba por la hermosa casa de Rosario Orellana Núñez, una acaudalada dama puyanguense que contrajo matrimonio con el abogado zarumeño Ángel Benigno Reyes Andrade, que fuera gobernador de El Oro, padres del reconocido y destacado escritor, historiador y poeta Marcelo Reyes Orellana, quien cuenta que la construcción estuvo a cargo del arquitecto chileno Hugo Faggioni de ascendencia italiana, tomando como referencia algunas fotografías de ciertas casas residenciales en Quito, especialmente de la mansión del Conde Jacinto Jijón y Caamaño. Era inmensa, tenía dieciocho dormitorios.

La madre de Rosario Orellana, la señora Rosa Núñez de Orellana, fue la que tuvo el tremendo problema con Naún Briones. Cuenta su bisnieta, Yolanda García Reyes, que es un mundo de información familiar, que un pariente de Rosa, radicado en Sozoranga, le debía diez mil sucres. En cierto día le envió un telegrama haciéndole saber que tenía listo el dinero para pagarle. Rosa Núñez armó viaje en compañía de su hija Amada y cuatro personas más. Mientras tanto, el fulano, que había sido amigo de Naún, le pasó el dato con santo y seña en forma desleal.

Llegada al sitio, aquel fulano salió con el cuento que sólo había reunido mil doscientos sucres y que en corto plazo le pagará la diferencia. Rosa Núñez habrá dicho más vale pájaro en mano que ciento volando y recibió el dinero.

De regreso a la casa en Alamor, a la altura del sitio Zhucata le cayó Naún Briones escoltado por algunos hombres para exigir le entregue los diez mil sucres sin saber que sólo recibió una parte de ese monto. Envuelta en nervios Rosa le dio los mil doscientos sucres explicándole lo ocurrido. Naún le dio plazo para que reúna la diferencia, caso contrario arremetería contra ella, su familia y el mismo pueblo de Alamor.

En esas circunstancias, Lautaro Loaiza Luzuriaga, que era párroco de Alamor, se dirigió mediante telegrama a su amigo el presidente Velasco Ibarra, haciéndole conocer la gravedad de la situación. El mandatario dispuso que inmediatamente se conforme un grupo combinado de al menos doscientos hombres, entre policías y soldados al mando de Deifilio Morocho, quien tenía una deuda pendiente con Naún. No cabe duda ese fue el inicio del fin de Naún. Lo que vino después es de conocimiento general.

Continuando con el recorrido de la Sagrada Imagen, en la esquina, al pie de su casa, esperaban entusiasmados Humberto González del Pozo, un guarandeño que hizo patria en esta tierra acogedora y contribuyó al desarrollo deportivo lojano; su esposa Zoila Mercedes Cueva Ontaneda y sus hijas Maruja y Carmen. La primera contrajo matrimonio con César Arias y adquirieron la casa situada en la esquina de las calles Dieciocho de noviembre y Diez de agosto, en la que, se asegura, nació y creció Benjamín Carrión Mora hasta cuando viajó a Quito para seguir sus estudios universitarios.

Diagonal a esa esquina se conserva hasta hoy la casa que desde hace algunos años es propiedad de la Cooperativa de Transportes Loja. Fue construida por Víctor Antonio Castillo Jaramillo, casado con Vicenta Carrión Mora. Posteriormente, por sucesión hereditaria pasó a propiedad de Raquel Castillo Carrión y luego adquirida por Andrés Machado Montero, un chimboracense próspero casado con la matrona macareña Lasthenia de Jesús Paladines Suquilanda, padres de una apreciada y respetable familia de profesionales, quien la vendió a dicha Cooperativa.

En la casa contigua, Jorge Castillo Carrión y su familia esperaban alborozados el paso de la Venerada Imagen. Los balcones lucían decorados con bellas flores y motivos religiosos.

Jorge Castillo Carrión fue un ilustre abogado, diplomático y rector de la Universidad Nacional de Loja en el período 1949- 1955. Con su valía intelectual representó a la institución en el Congreso de Universidades Hispánicas llevado a cabo en Madrid. Sus dos ponencias presentadas fueron acogidas por unanimidad, habiendo quedado muy en alto el prestigio de Loja y de la Universidad.

En la esquina, junto al río Malacatos, José María Bermeo Valdivieso, su esposa Raquel Castillo Carrión y sus hijos, uno de los cuales, Armando, ejerció la Presidencia de la Corte Suprema de Justicia, estaban listos para rendir tributo a la maravillosa visitante.

José María Bermeo, uno de los amigos más cercanos de Cristóbal Ojeda Dávila, cuando su corta residencia en Loja, le comentó en cierta ocasión a Rogelio Jaramillo Ruiz: “Un día se hizo presente Cristóbal en mi cuarto, alegre y entusiasta, con júbilo desbordante, para decirme, tan pronto como saludamos: “he compuesto anoche el pasillo más lindo, que quiero ejecutarlo para que lo oigas”. Sin dilación me llevó de inmediato a la sala de Luis Emilio Eguiguren y se puso a traducir en el piano las notas de ese pasillo, símbolo e interpretación de nuestra sensibilidad, al cual denominó “Alma Lojana”.

Al frente de esas casas, en lo que hoy es el Hospital del Día del Seguro Social, estaba la Zona Militar. Allí ejercían sus funciones Raúl Cortez Coba, militar quiteño que se prendó de una hermosa flor del pensil lojano: Zoila Aguirre Ruiz, con la que se casó; y, Antonio Chejin Saker, hijo de padres libaneses, nacido en Santa Elena, que participó en la guerra del cuarenta y uno y contrajo matrimonio con la virtuosa dama de la “Celestial Celica”: Balbina Bustamante Aguirre.

Conservo en mi memoria una anécdota inolvidable. Siendo estudiante del sexto grado de la Escuela Mariana Córdova de Sotomayor, el señor Miguel Ángel Suárez, mi ilustre profesor y director, me encomendó la tarea de reclamar la devolución del libro “Sí Juro”, escrito por José María Castillo Luzuriaga, que lo había prestado a algún oficial. Mientras esperaba pacientemente en una banca de la planta baja de la Zona Militar, me acerqué a un calabozo, un cuarto lúgubre con rejas pequeñas. El guardia que estaba cerca me dijo que me retirara porque el preso era un “espía peruano”. Me puso los pelos de punta.

Transcurridos los años recordé aquel momento y me pareció que lo de “espía” fue una exageración y demasiada suspicacia, y que el pobre hombre, víctima del exceso, simplemente habrá venido a espiar la receta de la gallina cuyada. Así se lo dije a José Guamanzara compañero de colegio.   

Finalmente, la multitud atravesaba el Puente Santa Rosa, a cuatro cuadras de la Iglesia Catedral, en la Diez de agosto y avenida Universitaria; llamado así porque Santa Rosa era parroquia de Zaruma cuando ésta perteneció a la provincia de Loja, y fue nuestro punto costeño y puerto más cercano.

Para los lojanos, El Pedestal es símbolo de nuestra identidad urbana y reducto de gratos recuerdos. Actualmente se muestra atractivo por la serie de obras que se han realizado y porque su gente emprendedora brinda una buena oferta gastronómica; pero, sobre todo, una calidez excepcional para quienes visitan ese ícono lojano.