Ritmo, elocuencia y estabilización en la narratividad del texto

Galo Guerrero-Jiménez

El placer de leer un libro va en consonancia con la libertad que el lector tiene para acercarse al texto que sea de su agrado, aunque, en muchos casos, no es el contenido en sí el que genera el deleite, ni la forma como esté estructurado, sino el ritmo, la elegancia de las palabras distribuidas en su concepción semántico-morfosintáctico-pragmática y la profundidad con la cual el escritor las presenta agradables, sustentables, gratas, a veces, cargadas de una elevada sintonía ideológica que quizá no sea de la incumbencia del lector, pero la majestuosidad del lenguaje a través de la argumentación, de la descripción y, ante todo, de la narratividad y la ponderación filosófica que el lector logra olfatearla gracias a la avidez del conocimiento que lo atrae desde su mejor consistencia psico y neuro-lingüísticamente, para alcanzar esa festividad rítmica que está plasmada en el texto y la mente del lector que, cautivado por el ritmo de su condición intelectual y afectiva, ha logrado un deshojamiento de significados literarios, humanísticos, científicos, filosóficos… los cuales, elegantemente sincronizados en su cognición, producen una explosión imaginaria, recreativa, ideológica y, por ende, altamente pensante, sugerente, reflexiva, dialógica, monológica, nomológica, narrativa y quizá, poético-discursiva, dependiendo de la efervescencia personal de ese asiduo lector.

Por supuesto, para llegar a este nivel de lectura, hay todo un recorrido histórico-biográfico-contextual y cultural del lector que lo encamina, una vez que ya ha logrado un nivel cognitivo y lingüístico adecuado a “no devorar, no tragar sino masticar, desmenuzar minuciosamente; para leer a los autores de hoy es necesario reencontrar el ocio de las antiguas lecturas: ser lectores aristocráticos” (Barthes, 2015), es decir, lectores disciplinados que aún siguen apegados a la tecnología de la imprenta; pues, la tecnología electronal, lamentablemente, y no por culpa de la herramienta en sí, en este caso de la pantalla, nos ha encaminado a vivir “presos en una caverna digital, aunque creamos que estamos en libertad. Nos encontramos encadenados a la pantalla digital (…). La caverna digital (…) nos mantiene atrapados en la información. La luz de la verdad se apaga por completo. No existe un exterior de la caverna de la información. Un fuerte ruido de información difumina los contornos del ser. La verdad no hace ruido. La verdad posee una temporalidad muy diferente de la información. Mientras que esta tiene una actualidad muy exigua, la duración caracteriza a la verdad. Por eso estabiliza la vida” (Han, 2022a).

Y a esa estabilización de la vida, a ese disfrute del conocimiento leído, es al que apela el lector que, por supuesto, puede leer libros en la pantalla, si para él esa conducta tiene sentido porque, “la lectura y la escritura con la que transmitimos el uno al otro el conocimiento y la información son, por lo tanto, importantes fundamentos de la civilización humana [que] a través de sofisticadas maneras, transmisión y acumulación del conocimiento” (Kovac, 2022) en la era de la digitalización desde la tecnología y la inteligencia artificial en la electronalidad, han hecho de esta civilización que casi todos los seres humanos tengan inmediatamente acceso a la información y a la tecnología más avanzada para resolver infinidad de problemas humanos; pero que, en el ámbito de la lectoescritura, por ejemplo, el caso del teléfono móvil (llamado teléfono inteligente) “la sobrecarga sensorial que emana (…) fragmenta la atención y desestabiliza la psique, mientras que el objeto de transición [es decir el libro] tiene un efecto estabilizador” (Han, 2022b), narrativo, poético, filosófico, capaz de generar asombro, sorpresa y mover a la reflexión más sentida, incluso en los libros eminentemente científicos y técnico-tecnológicos. En cambio, “el tsunami informativo fragmenta la atención. Impide la demora contemplativa, que es constitutiva del narrar y de la escucha atenta” (Han, 2023) que permite un relajamiento cerebral y, por ende, un disfrute experiencial altamente pensante.