La valiente diáspora lojana

Por la masiva utilización de las redes sociales, llámese Facebook, Instagram, Twitter; he podido dimensionar el gran número de paisanos ausentes de Loja; quienes, desde hace años y décadas, han decidido residir en otras latitudes en la búsqueda permanente y justificada de mejores días y oportunidades. Unos lo han hecho en Quito, Guayaquil, Santo Domingo, Machala y demás ciudades ecuatorianas; y otros, en lejanos países como España, EE. UU., Italia, Canadá y Reino Unido.

La gran mayoría ha logrado surgir y progresar personal, patrimonial y profesionalmente como resultado de enormes sacrificios, de su valentía inquebrantable y de sus ganas incontenibles de trabajar y forjarse un destino de triunfo. Muchos han formado familias junto a connacionales o extranjeros, han forjado destacadas carreras universitarias y han triunfado en actividades comerciales y empresariales; lo cual, les ha impuesto, en muchos casos, la necesidad de ausentarse de Loja para siempre.

¿Por qué se fueron? o ¿por qué no han regresado? Hay muchas razones y motivos, pero principalmente por los grandes desastres sociales provocados, en gran medida, por la necia, irresponsable y errónea gestión pública de los gobiernos centrales de turno y de los diferentes gobiernos seccionales. A esto se suma el hecho de que nuestra tierra ha sido y sigue siendo una de las provincias más apartadas, olvidadas y afectadas por la indolencia del poder centralista que, lamentablemente, impera en el Ecuador.

Por todo esto, siempre que entablo conversaciones -sea presencial o virtual- con algunos de mis valientes coterráneos ausentes, sueño en cómo sería Loja con su presencia, con su contingente, con su ingenio y con su voluntad para sacarla adelante. Sin embargo, me ubico en la realidad y tomo consciencia de que nuestra hermosa y entrañable campiña, dadas las características socio políticas y económicas que la afectan; siempre ha estado disminuida por las limitaciones propias de una ciudad de provincia alejada del poder central.         

De ahí, la importancia y necesidad de que muchos hijos de Loja se hayan atrevido a vivir y trabajar en otros países y ciudades porque al hacerlo; no solo que han tenido la posibilidad de expandir sus conocimientos y crecer económicamente, sino que han podido demostrar que todo es posible en el teatro de la existencia cuando las metas y objetivos se riegan con los nutrientes de la acción, la superación, la honestidad y el esfuerzo.

Precisamente por ello, me alegra en partida doble, cuando mis conciudadanos que se fueron, a pesar de los triunfos alcanzados fuera del terruño y desafiando el implacable paso del tiempo; jamás olvidaron sus raíces, ni a la tierra que los vio nacer; y, al contrario; han regresado y siguen regresando a Loja para respirar con el gran cariño de siempre, los mismos vientos que inflaron los pulmones de su niñez, de su juventud y de sus más entrañables querencias. Estoy seguro que al hacerlo, dan sentido y honran con afectividad esa fabulosa receta lojana para sanar el alma contenida en el poema: Canción del Retorno de Benjamín Carrión Mora, en la que, con afecto y sabiduría se identifica el antídoto para curar el mal de corazón que se produce cuando se extraña a la patria chica:  

“Voy a volver bañando mi espíritu en la aldea/

allá tengo agua clara de la fuente/

y buen sol, allá alardea/

mejor sus buenas eras del poniente,/

y allá, tranquilamente,/

sin un dolor, sin una idea-/

viviré mi vivir, sencillamente…/.

Un paréntesis claro al dolor y a la vida,/

Un paréntesis fresco al amor…/

La beatitud aldeana al buen soñar convida,/

soñaré con la historia de la infancia perdida…/

El sol y el agua aldeanos remediarán la herida,/

Y volveré curado del mal de corazón…/.

Volveré…Si. Unos ojos dormidos en regozo oscuro,/

fijan en mí sus largas miradas al partir…/

Pero allá tengo todo, mi ayer, mi hoy, mi futuro./

allá lo tengo todo, mi ayer, mi hoy, mi futuro/

Quiero partir, quiero partir…/.

La sonrisa de amor de la hermana,/

el perfume de rosas del huerto,/

la paz provinciana,/

el tañer de la vieja campana/

la elegía del pasado ya muerto…/

Voy a bañar mi espíritu en la ciudad querida/

donde nació la vida/

mi verso y mi oración…/

El sol y el agua aldeanos remediarán la herida/

y volveré curado del mal de corazón…/”.     

Por este mal trazado artículo, rindo mi homenaje de admiración a todos y cada uno de mis coterráneos valientes; quienes, pese a vivir ausentes de Loja y sin importar cuan grandes han sido sus logros conseguidos en lejanos parajes; siguen teniéndola presente en su corazón, amándola e identificándose con sus problemas, angustias y sueños. No se trata de chovinismo alguno; simplemente lo hacen como el producto de un espontáneo latir del corazón que se identifica con la tierra sencilla y pequeña, en la que abrieron sus ojos por primera vez para absorver el caudaloso afecto de los padres, de los ancestros, de los hermanos y de los amigos de la infancia y de la juventud.