Efraín Borrero E.
Por 1963 solía acudir en las noches a la esquina de las calles Bolívar y 10 de agosto, para reunirme con mis amigos de juerga, a la que se habían integrado dos cuencanos, recién llegados a nuestra ciudad para trabajar en la sucursal del Banco del Azuay (primera entidad financiera privada que se estableció en Loja).
Nos apostábamos al pie de la casa que hoy es de los herederos del señor Pedro Ortiz, negociante de telas, en donde tuvo su primer establecimiento comercial el Dr. Arsenio Vivanco Neira.
Carlos Ortiz me comentó que esa casa fue de la familia Lequerica y posteriormente de los esposos Rogelio Valdivieso Eguiguren y María Esther Eguiguren. Por ese año, su padre, Pedro Ortiz, fue arrendatario del local esquinero y luego adquirió la totalidad de ese bien patrimonial, haciendo notorio que siempre tuvo la intención de preservarlo de la mejor forma.
Ese era el punto de encuentro. Enfrente, en la esquina suroccidental, funcionaba el Hotel Embajador de propiedad de Ángel Sotomayor Soto.
En la planta baja existió por algunos años el establecimiento comercial de los esposos Teófilo Mahuad Chedraui y Catalina Chalela, de ascendencia libanesa, abuelos de Jamil Mahuad Witt.
En la otra esquina estaba el enorme terreno municipal cercado con malla metálica, testigo mudo de la Casa del Cabildo que fue reducida a escombros, colindante con la propiedad del Dr. Julio César Ojeda, destacado hombre público que ejerció las funciones de legislador y gobernador.
El inmueble del Dr. Ojeda fue adquirido años más tarde por el Gobernador de la Provincia, Vinicio Suárez Bermeo, con el apoyo incondicional de su amigo el presidente Sixto Durán Ballén, para funcionamiento de esa entidad. Estuve presente cuando el presidente lo felicitó por la gestión, comprometiéndose a entregar recursos adicionales para su rehabilitación, a fin de que luzca funcional y señorial, tal como se muestra hoy.
De sur a norte, en la casa que hoy es de los herederos del señor Pedro Ortiz, se iniciaba el popular “portal de la Bolívar” que llegaba hasta la calle José Antonio Eguiguren. Otras edificaciones que pertenecieron a Celina Vivar, Luis Vivar, Miguel Ángel Vélez, Luis Vivanco Neira y Emiliano Avendaño, comprendían el espacio de cien metros del portal. Algunas son de tipo republicano que conforman el Centro Histórico de Loja nombrado bien perteneciente al Patrimonio Cultural del Ecuador, el 15 de abril de 1983.
El “portal de la Bolívar”, además de ser paso obligado de los transeúntes que se dirigían a diversos puntos de la ciudad, se caracterizaba por varios quioscos y puestos de venta. Algunos de sus propietarios pasaron a ser personajes legendarios de nuestra ciudad. No era una bahía cualquiera sino un sitio constituido en parte de la identidad urbana.
Viniendo por el sur, el primero que se destacaba era el quiosco de José Antonio Barrazueta, conocido popularmente como “El Porteñito”, un hombre multifacético, amistoso y trabajador inagotable. Tenía un ingenio para el emprendimiento que sorprendía. Vendía sándwiches de todo, miel con quesillo, plátano con queso, caramelos, colas, galletas y tantos otros productos. Alquilaba el teléfono para llamadas locales marcando tres cifras; y, por supuesto, cigarrillos para que los fumadores inunden de humo la sala del Cine Vélez.
Vítor Ángel Ojeda dice que “este múltiple obrero de la vida”, fue el pionero en el sistema de perifoneo para promocionar espectáculos, utilizando una bocina portátil que colocaba sobre la cabina de su camioneta Fargo.
Jamás olvidaré su genialidad cuando construyó un “bolódromo” consistente en una pista de madera con clavos, que con cierto nivel de declive hacía posible que las bolas de cristal, lanzadas desde lo alto, se deslicen con fuerza chocándose una y otra vez con los clavos, hasta llegar a la meta. Lo ubicaba en la esquina del parque central los días domingos.
Cada bola tenía un color y número distintivo que correspondía a los nombres de los corredores automovilísticos que en 1960 intervinieron en la cuarta vuelta a la república, entre ellos: Luis “Loco” Larrea, el favorito, en su poderoso Ford de 4.900 centímetros cúbicos, representando a la provincia de Tungurahua; Salomón Dumani, que corría con un solo ojo, por Guayas; el “Morlaco” Arturo Semería, por Cuenca; el “Gato” Alberto Cucalón, por Guayas; y, Jimmy Salazar, por Chimborazo. En ese orden llegaron a Loja los corredores envueltos con una espesa capa de polvo.
Todavía no asomaban nuestros campeones: Homero Cuenca, Ulises Reyes y los hermanos Cuenca Chamba, que desde 1987 alcanzaron la gloria del triunfo en un total de once vueltas automovilísticas a la República, colmando de orgullo a los lojanos.
Las apuestas en el “bolódromo” se hacían por el nombre del corredor, el que llegaba primero tenía un premio monetario. “El Porteñito”, con micrófono en mano hacía la transmisión como si efectivamente se tratara de la carrera automovilística. Los espectadores nos dejábamos llevar por esas emociones. Víctor Ángel dice que “Ese estilo, que posteriormente lo fue puliendo su hijo Roosevelt, tuvo evidentemente la égida paterna”.
A continuación, estaban ubicados los quioscos de los “Puruháes”, llamados así porque, según se sabe, vinieron por 1950 desde Chimborazo, tierra altiva de la etnia puruhá que tuvo el coraje y valentía de revelarse contra la opresión y las injusticias, al mando de su joven líder, Fernando Daquilema, ejecutado en la plaza de Yaruquíes la mañana del 8 de abril de 1872.
Allí se vendía la milagrosa timolina, que según nuestras madres curaba todo; agua florida, remedios para el espanto, para el mal de ojo y los ‘ishpingos’ para el aire; hilos de coser, peines de cacho, agujas, tintas para calzado; y, en general, todo tipo de baratijas.
Todas las noches, cerca al Cine Vélez y al salón Alaska, encontrábamos a William Alfonso Brayanes Martínez conocido como el Cubanito, hombre muy formal, refinado, pulcro y gentil. En 1934 dejó su querida Santa Clara en el centro de la isla cubana, para
radicarse definitivamente en Loja. Vivía en la casa de las señoritas Aguirre en donde elaboraba exquisitas e incomparables cocadas que comercializaba en aquel sitio.
El Cubanito, hombre trabajador y honesto, dejó un gran legado: su hijo Willam Brayanes Criollo, distinguido poeta, narrador, humorista y caricaturista, que es orgullo de Loja.
El Cine Vélez, junto con el Teatro Bolívar y el Teatro Popular, ofrecía funciones cinematográficas en épocas que no había otra forma de distracción en Loja. Los anuncios publicitarios se hacían todos los días mediante carteles que se exhibían en cuatro puntos de la ciudad.
De su parte, el salón Alaska era una concurrida y acogedora cafetería, cuyos primeros propietarios fueron Jorge Eguiguren y su esposa Erminia, quienes vendieron el negocio al alemán Alfredo Moser Preuninger, venido al Ecuador en 1936. Su primera residencia fue en Zamora. Allí conoció a María Isabel Cazar Báez, oriunda de Imbabura, quien se desempañaba como maestra y con la que contrajo matrimonio.
Al final del “portal de la Bolívar”, intersección con la calle José Antonio Eguiguren, “Don Vásquez”, que en realidad era Bolívar Gonzalo Vivanco, tenía un quisco destinado a la venta de periódicos y revistas, y un vistoso sillón para ejercer la actividad de betunero. Le faltaba manos para atender a los clientes porque además del excelente servicio que ofrecía era conversador de primera. Un hombre trabajador que no se arredraba ante las circunstancias. Todos lo recordamos como una excelente persona.
Tiempo después decidió establecer una pequeña librería a la que llamaba “Vásquez”, porque así lo conocía la gente. Vendía textos nuevos y usados y algunas revistas populares. Luego aprendió el arte de la fotografía y estaba presente en todos los actos que le era posible. Fue el fotógrafo preferido de las estudiantes.
Había otros puestos como el de la señora Alcira, y sillas de lustrabotas como las de Coloma y el “Sucho” Gonzalo.
Al “Porteñito”, a los “Puruháes”, al Cubanito y a “Don Vásquez” los guardo en mi memoria con sentimiento de nostalgia, porque fueron personajes legendarios del “Portal de la Bolívar”, parte primordial de mis recuerdos de juventud en mi querida “ciudad de muchos ayeres”.