El cóndor que no quería volar

Diego Lara León

Un prominente empresario compró una hermosa finca en un pintoresco pueblito de las montañas. Los vecinos de ese lugar, gente amable y generosa, recibieron con alegría y hospitalidad al nuevo vecino. Uno de los habitantes con más edad le hizo un regalo especial, se trataba de dos crías de cóndor, ave emblemática e imponente. El empresario inmediatamente contrató a un experto para que adiestrara a los dos nuevos inquilinos de su propiedad.

Varios meses después y aprovechando unos días libres (lo cual era raro en la apretada agenda del empresario), visitó su propiedad de la montaña junto con amigos, a los cuales quería mostrarles orgulloso sus dos cóndores.

Interrogó al adiestrador de cóndores sobre cómo había avanzado su trabajo con aquellas dos hermosas aves.

Señor, le contestó el adiestrador experto, ocurre algo muy extraño. Uno de los cóndores vuela con elegancia, mucha velocidad e impresionante precisión, sin embargo, el otro nunca ha volado, se queda en su rama y solamente observa a su hermano. Así como el primero parece disfrutar del vuelo, el otro parece disfrutar de la piedra donde siempre está posado.

El empresario pidió a sus asistentes, contactar a otros expertos y lograr que aquella ave volara. Pasaron tantos adiestradores como meses y nadie pudo hacerlo. Hasta que un día uno de los trabajadores de la empresa escuchó a su jefe comentar con resignación la imposibilidad que el cóndor volara alguna vez.  Aquel trabajador convenció al empresario que lo deje intentar, aclarando que no era experto, pero que creía tener la solución.

El fin de semana siguiente el empresario recibió una llamada de su obrero, el cual con alegría le confirmó que aquella majestuosa ave ya había volado. Enseguida emprendió viaje a las montañas y al llegar pudo observar a aquellas dos aves adornar el cielo con un impresionante vuelo.

¿Qué hiciste para lograr lo que muchos expertos no pudieron? La respuesta fue sencilla pero genial. Fácil estimado jefe, quité la piedra, el cóndor ya no tuvo donde sentarse y le tocó volar.

¿Por qué me gustó tanto este cuento? Porque creo que describe a la perfección un problema que tienen muchas personas, es decir el miedo a lanzarse, a volar, a intentar. Aunque veas que otros lo han hecho antes que tú y no les ha pasado nada, puede ser que te quedes en tu lugar y no te atrevas a dar el salto.

Muchos de esos “cóndores sin volar” son personas con mucho potencial, pero que piensan demasiado. Se imaginan todo lo que podría salir mal, pero se olvidan de quienes son. Un cóndor ha nacido para volar, igual que muchas personas tienen los talentos y la formación para emprender.

Si eres un mínimo prudente, y tienes una cantidad ahorrada para cubrir el riesgo de que tu negocio no te funcione o tengas que buscar trabajo, entonces no deberías tener tanto miedo. Puedes probar, siempre tendrás la oportunidad de buscar otra piedra si no te convence el vuelo.

@dflara