Hay varias maneras para leer y escribir

Galo Guerrero-Jiménez

No hay una única manera de leer, y quizá porque en la escuela se ha enseñado desde siempre de esta forma, es que no hay lectores que quieran leer por su cuenta, de manera que cuando estén en la página de un libro o de una pantalla para tener acceso al conocimiento, lo hagan con satisfacción, y no a regañadientes, como sucede en la mayoría de los casos, tanto en la niñez, en la juventud y hasta en un buen número de profesionales que no han podido hacer de la lectura una fiesta del pensamiento y de la sabiduría más elocuente, como debería ser para que la inteligencia intelectual desde el más alto grado de su racionalidad funcione cognitiva y lingüísticamente hasta hacer de la conducta humana un emporio de estancias antropo-éticas, lo suficientemente satisfactorias para que la ciencia, la cultura y el espacio en el cual el lector se desenvuelve socialmente, sea el más idóneo en el marco de su emocionalidad.

Lamentablemente, mientras en la educación formal se siga manteniendo un control riguroso del aprendizaje, por supuesto que el hecho de enseñar a leer de una única manera y con un único tipo de texto, aparece como el único objetivo que aparentemente es el más adecuado para que la niñez se forme, supuestamente, desde un sistema de enseñanza que aparece como el más adecuado.

Desde esta óptica, es decir, con una sola visión de lectura en la que se obliga a reproducir al pie de la letra lo que literalmente está escrito en un texto, hará que el alumno no estudie para aprender desde el gozo más pleno. Por ello, Delia Lerner sostiene que “el tratamiento de la lectura que suele hacerse en la escuela es peligroso porque corre el riesgo de ‘asustar a los niños’, es decir, de alejarlos de la lectura en lugar de acercarlos a ella; al poner en tela de juicio la situación de la lectura en la escuela, no es justo sentar a los maestros en el banquillo de los acusados porque ‘ellos también son víctimas de un sistema de enseñanza” (2014, p. 118) oprobioso y, ante todo, controlado por la rigurosidad institucional que no ha logrado asumir una formación adecuada para que desde el ámbito humanístico, pedagógico y curricular se dé cuenta que, como señala la misma investigadora Lerner: “¿Por qué se enseña una única manera de leer -literalmente, palabra por palabra desde la primera hasta la última que se encuentra en el texto-, si los lectores usan modalidades diversas en función del objetivo que se han propuesto?” (2014).

De ahí que, por esta única manera de obligar a leer a los niños y jóvenes de manera literal, es que han encontrado una válvula de escape para refugiarse en las redes sociales, en donde sí leen y escriben a sus anchas, con la libre voluntad y entusiasmo que su idiosincrasia les permite y sin ningún control de nadie, lo cual, por supuesto, también es peligroso, dado que aún no hay una formación adecuada para saber cómo enfrentar infinidad de realidades oprobiosas que hoy pululan en todo espacio y, en especial, en la redes sociales. Sin embargo, aquí, en la virtualidad de las redes sociales “el placer de leer es comunicativo y se comparte espontáneamente” (Patte, 2008), circunstancia que en la escuela muy raramente sucede.

Desde esta perspectiva, es necesario comprender que “los niños leen por una multiplicidad de razones. A veces para satisfacer las expectativas de los adultos; dóciles, hacen lo que se les pide [como la de leer de una única manera en la educación formal], pero puede ser paralizante para ellos sentir la opresora ansiedad de sus padres [o de los maestros], oírlos lamentarse de que no lean, o de que no lean ‘lo que hay que leer’; así pues, hay niños que se rehúsan a hacerlo para oponerse de manera inconsciente a la expectativa demasiado exigente de los adultos” (Patte, 2008).

Qué grato que sería que en vez de leer un solo texto y de una única manera, se lea, como sostiene -Genevière Patte, “a través de la ronda de los libros que intenta abrir el apetito de los lectores, motivar sus ganas de adentrarse en nuevas lecturas. Es todo un arte que, como tal, se refina practicándolo” (2008, p. 181), empezando, por supuesto, con el ejemplo de un buen mediador que como gran lector sabe cómo encaminar a la niñez para un auténtico compromiso de gozo y de encuentro con el texto.