P. Milko René Torres Ordóñez
En esta última semana de abril hemos podido asistir, con la gracia de Dios, a la X Asamblea Plenaria de la Federación Bíblica Católica (FEBIC) en Mar del Plata Argentina. Una vivencia enriquecedora con la participación de cerca de trescientos delegados del mundo, todos involucrados en la Animación Bíblica de la Pastoral en su país. Al tiempo de ponderar la calidad de los frutos obtenidos en este evento quedan muchos cuestionamientos, a modo de compromisos, en la puesta en común de la Palabra de Dios.
Considero que es muy importante destacar que la acción pastoral que se está desarrollando es muy activa e inclusiva. Sin embargo, sin la intención de crear mayores suspicacias sobre el tema, la misión es insuficiente frente a la realidad compleja que nos muestra el mundo de hoy. Tenemos muy clara la promesa de Jesús de estar con nosotros, todos los días, hasta el final de los tiempos, mientras cumplimos el encargo de anunciar la Buena Noticia en todos los rincones de nuestra casa común. Jesús, el mismo, ayer, hoy y siempre, es el centro de nuestra praxis pastoral. Toda ella gira en torno a Él. En este contexto, el Evangelio de este domingo, nos lleva a estar atentos al encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús. De hecho, san Lucas narra una de las escenas significativas de las apariciones del Resucitado en la que vamos descubriendo, de una manera inductiva, la celebración de la eucaristía. La pregunta que da sentido a la cercanía de Cristo y nuestra respuesta a su llamado es: ¿No ardía nuestro corazón «mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» El autor, san Lucas, ha señalado dos caminos claves en nuestra vida de fe: el sacramento y la palabra; escuchar y entender la Sagrada Escritura y la liturgia de la eucaristía. En este relato los discípulos creen que aquello que ha sucedido con Jesús, un hombre grande en obras y palabras, ya es pasado. Una historia, quizá un fracaso, que permanecerá escrita en el tiempo, pero que no va a trascender. Mientras se dirigen a Jerusalén, Jesús enciende en ellos el fuego de la fe. Entenderán que el verdadero discípulo es quien es capaz de caminar con su Salvador en toda circunstancia, buena o mala. Deben aprender viviendo desde la misericordia de su corazón. El encuentro con el peregrino cambia la dirección de su ruta, que su vida de fe. En su casa, en un contexto fraterno, empieza a respirar un aire eucarístico. Jesús, ya no es forastero, es el anfitrión de aquella nueva alianza, una fiesta. En ella, Jesús parte, comparte, reparte el pan. Bebe con ellos el vino nuevo. Los cristianos celebramos este memorial, haremos esto en su memoria. En la Eucaristía recuperamos nuestra identidad como creyentes, discípulos y misioneros, en la plenitud de una vida en abundancia, una luz eterna. A modo de conclusión, señalo que es valioso compartir la vivencia indescriptible de cada momento de la celebración de la eucaristía en cada lengua y dialecto de quienes participamos en la reciente reunión de los que nos dedicamos a la Animación Bíblica de la Pastoral. Que arda de amor nuestro corazón