Vivimos en tiempos acelerados, tolo lo queremos lo más rápido posible, no nos gusta esperar. Se lucha contra el tiempo. No priorizamos nuestras actividades y actuamos como si todo pareciera urgente. Por algo vivimos en el mundo del café instantáneo y la comida rápida. Y este afán de inmediatez hace que no valoremos la importancia de tomarse un tiempo para nosotros, dejamos de disfrutar del tiempo libre y de las relaciones interpersonales y lo que es aún más grave, nos exponemos a un estado de estrés crónico que puede generar múltiples enfermedades físicas y mentales.
Muchos somos conscientes que es necesario que pase un tiempo para obtener la recompensa y aunque la mentalidad de nuestro tiempo parece ser “lo quiero – lo tengo”, es necesario entender que “todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora” (Eclesiastés 3).
La espera no es fácil y hasta podemos llegar a preguntarnos el porqué de la tardanza, más, al igual que el salmista, debemos comprender que “en la mano del Señor están nuestros tiempos” (Salmos 31). Uno de los atributos del Señor es la omnisciencia, es decir, la capacidad de conocerlo todo, lo presente, lo pasado y lo futuro. El salmista cantaba “Oh Señor, has examinado mi corazón y sabes todo acerca de mí. Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto; conoces mis pensamientos, aun cuando me encuentro lejos. Me ves cuando viajo y cuando descanso en casa. Sabes todo lo que hago. Sabes lo que voy a decir incluso antes de que lo diga” (Salmo 139). Él nos conoce tanto, al punto de saber incluso mejor que nosotros, lo que nos conviene y cuando nos conviene.
Ante el Señor omnipotente, ¿qué podríamos hacer?, solo confiar en su perfecta sabiduría y en su voluntad que es buena, perfecta y agradable (Romanos 12). Cuando sabemos que Él nos dice: “mis pensamientos no son sus pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos (Isaías 55), humildemente esperamos en Él. Y como el salmista podremos decir “Esperé yo al Señor, esperó mi alma, En sus palabras he esperado” (Salmos 130:5), sabiendo que el tiempo del Señor es perfecto. Él no llega ni antes ni después, llega justo a tiempo.