El 12 de marzo del 2020, muchos de los niños y jóvenes ecuatorianos “celebraron” la paralización de clases y sus profesores los enviaron a casa indicándoles que quizá sean 15 días de unas forzosas vacaciones ante el inminente confinamiento para reducir el impacto inicial del COVID-19. No fueron 15 días, fueron 14 meses. Hoy aquellos estudiantes añoran madrugar, añoran ir a clases, compartir con sus compañeros y sus profesores, desean una vida “normal”.
En el año 2019, fuentes gubernamentales decían que 79% de ecuatorianos teníamos acceso a internet, sobre todo en dispositivos móviles y que estaban en marcha planes para masificar el acceso a internet a los sectores rurales. Pero, la llegada del COVID-19 desnudó las cifras reales, que no eran nada parecidas a las cifras oficiales. Resulta que a junio 2020 se comprobó que solo el 37% de hogares ecuatorianos en el sector urbano tenían acceso a internet y solo 16% en la zona rural. Del total de esos 37% de hogares, solo el 24% tenían computadoras en casa (8% en la zona rural), por lo que la modalidad de estudio en casa, basado en plataformas digitales, no comenzó con las mejores condiciones.
Obviamente las instituciones educativas evolucionaron sobre la marcha y a paso forzado; y, hoy más de 1 año después la gran mayoría de las escuelas y colegios privados y públicos tienen una modalidad virtual de educación interesante. Sin embargo y como lamentablemente es una constante, la brecha entre el acceso y calidad de educación virtual entre lo urbano y lo rural es abismal; lo mismo sucede entre los diferentes estratos socio económicos.
Estas inequidades han llevado a que un importante número de niños y jóvenes hayan dejado el sistema educativo, ya no están estudiando. Esto abre una brecha educativa enorme y varios expertos ya hablan de una “generación perdida”.
Si bien es cierto la educación a distancia a lo largo de los años han creado metodologías y tiene herramientas eficientes para permitir una experiencia educativa de calidad. También es cierto que hay grupos poblacionales como los niños de corta edad, que necesitan el contacto con sus compañeros, requieren del afecto y guía de sus maestros.
Todo lo que hemos analizado, más otras variables importantes han llevado al Gobierno Nacional a tomar la decisión de iniciar un retorno a clases presenciales o semipresenciales por etapas, lento, cuidadoso y voluntario de los niños y jóvenes sobre todo del sector rural. La pregunta es, ¿Cuándo es el mejor momento para retornar? La respuesta quizá sea que nunca hay un momento ideal, sin embargo, debemos empezar el retorno. La pandemia no ha pasado, es por ello que deberá hacerse con sumo cuidado y con monitoreo constante.
Hay criterios de varios padres de familia que no permitirán que sus hijos regresen a clases, en la mayoría de estos casos la condicionante para tomar esa decisión quizá sea la realidad de sus hogares, en los cuales hay la posibilidad de contar con herramientas para seguir en educación virtual. ¿Pero qué pasa con los hogares donde los niños no tienen acceso a internet, ni tienen equipos tecnológicos para atender la educación virtual?, seguro ellos están contando lo días para que sus hijos regresen a clases.
Es verdad que los niños aun no serán vacunados, para los menores de 12 años aún la ciencia no lo autoriza. Pero los profesores están próximos a recibir en pocos casos la segunda dosis, la mayoría están cercanos a alcanzar la inmunidad. Quizá sea momento de empezar el regreso.
Debemos caminar hacia la activación de todos los sectores (educativo, productivo y social) con restricciones y con una nueva normalidad. Seguro nos tocará hacer ajustes, seguro habrá momentos que debamos dar un paso atrás, lo importante es dar mínimo dos pasos adelante.