Poema de la madre

Carlos Alberto Palacios

Siento un hervor de sangre como una alta marea;

siento un hondo latido que sacude mi entraña;

siento una ansia de aromas, de beber miel hiblea;

del aliento fragante de la fresca montaña.

Siento vibrar mis labios con las notas sonoras

que vagan en los aires como un trémulo acento.

Mis ojos se iluminan, llenos de las auroras,

y mi pecho se comba como una vela al viento.

Yo siento del arroyo el acorde murmullo,

da la diáfana fuente, la onda rumorosa;

de la mansa paloma el dulcísimo arrullo,

el aroma del lirio, el olor de la rosa.

Mi alma es un incensario de mirra y cinamomo;

por mi boca se escapan las esencias más puras.

No sé cómo decirlo, llamarle no sé cómo,

ese nombre que mana tan golosas ternuras.

MADRE!… ese es el nombre, es el nombre divino

que en nuestra frágil senda es amor y oración;

es el ángel que guía la flecha del destino;

es caricia en la vida y en el alma oblación.

Junto a la cuna de oro de la alcurnia opulenta,

vela, absorta, la madre en la siesta del niño;

con sus ojos le mide, los suspiros le cuenta,

y en racimos de besos desgrana su cariño.

También la que se arrastra de pobreza cautiva,

con pecho enriquecido de amor mima a su nene;

le hace cuna en sus brazos con lágrima furtiva,

y un capullo de besos le trae cuando viene.

Cuando al mundo, bañaba una luz indecisa,

sin matiz en el cielo, sin radiación la flor;

soñolienta la vida, sin fulgor de sonrisa,

como un copo de nieve caído de dolor;

hágase el ornamento, la pompa de la tierra;

el iris cabrillee del rocío al caer,

brote la luz, la vida, de la sombra que yerra,

dijo el Creador inmenso, y surgió la mujer.

En un temblor de flores se renuevan las cosas,

en el celaje ardiente se atavió el arrebol;

apretadas de vida reventaron las rosas,

y los ojos del hombre se llenaron de sol.

Era ya el paraíso, la belleza bullía:

floreció la inocencia, fragante de candor;

pero faltaba el alma el hito de armonía

que ate el cielo a la tierra: la Madre con su amor!

Este eslabón divino, cuerpo de maravilla

que la vida ilumina como estrella de luz,

es la virgen y madre ante quien se arrodilla

el alma que solloza, como ella, ante la cruz.

Virgen como criatura, Madre por su grandeza;

si es la mística rosa de los vientos del mar,

es la tierna plegaria cuajada de tristeza,

que sublimó la pena porque supo llorar.

Oh, ¡bendita madre!… llenen de bendiciones

la música del trino desde el nidal que arde,

el vino de la uva hinchado de canciones,

el madrigal del río, la brisa de la tarde.