Efraín Borrero E.
Años atrás los habitantes de la urbe lojana nos enteramos que Víctor Tello se había propuesto construir un castillo en el sector de San Cayetano Alto, sitio estratégico para una vista espectacular de la ciudad.
A unos les sorprendió la noticia, otros no encontraban explicación. Algunos habían visto castillos en películas o algo sabían por sus lecturas, y muy pocos habían tenido la oportunidad de conocer, aunque sea uno, en sus viajes a Europa. De todas maneras, la gente se mantuvo expectante y recreaba su imaginación con la fantasía de los castillos de Drácula, de la Bella Durmiente y de Frankenstein. También con aquellos castillos medievales que los gobernantes construían para tener un lugar seguro de defensa y retiro en caso de ataque.
La idea parecía inverosímil porque se suponía que la construcción del castillo era una tarea muy costosa y que podía llevar años de trabajo, contando con un equipo de obreros especialistas, carpinteros y herreros.
Pero Víctor Tello Espinosa se salió con las suyas y dio rienda suelta a su obstinado empeño, y el día cuatro de febrero de 1974 comenzó a hacer realidad un sueño que lo tuvo desde muchacho para convertirlo en la morada de amor familiar con su bella y encantadora esposa, Violeta Cano Palacio, y sus hijos.
En la medida que los trabajos avanzaban muchos lojanos acudían al sitio para constatar con sus propios ojos de qué se trataba. Algunas interrogantes pululaban por sus mentes. Una señora preguntó a su marido que en dónde se pensará construir el puente levadizo de ingreso al castillo, encima de la zanja llena de agua y cocodrilos, tal como se había rumorado.
En 1988, luego de largo tiempo que demandó inmenso esfuerzo en todos los órdenes, Víctor festejó con su familia, allegados y amigos la conclusión de la obra principal, que en realidad es la representación de un castillo diseñado y dirigido por él, a su gusto y con la genialidad de su espíritu creativo. Y aunque faltaba algunas obras complementarias, inmediatamente trasladó sus enseres y lo disfrutó a plenitud hasta el día de su muerte, el 21 de abril del 2020.
Su hijo Leonardo tuvo la gentileza de invitarme para que conozca en detalle el castillo al que la gente llama “de los Tello”, pero que en realidad se denomina “Escorpio”, signo zodiacal de su padre. Me comentó que la construcción de esa imponente edificación duró catorce años. La parte más dura fue localizar una cantera de piedra blanca, hasta que la encontró en el sector llamado Pan de Azúcar, a veinte kilómetros de la ciudad, para cuyo efecto tuvo que adquirir esa pequeña propiedad.
Dijo que durante año y medio se transportó grandes bloques de ese material mineral, a fin de tenerlos disponibles para ser cortados artísticamente en pequeñas piezas, bajo la atenta mirada de Carlos Sánchez, maestro constructor, a quien recuerda con admiración y simpatía.
El interior del castillo es impresionante: lleno de paredes arqueadas cuyo diseño y construcción ha sorprendido a más de un arquitecto. Un par de vitrales adornan el recinto y le dan sobriedad.
Junto a la sala principal se levanta una torre central que simboliza a su creador. En la parte superior resaltan once merlones, que en los castillos medievales eran las salientes verticales y rectangulares que coronaban los muros perimetrales con propósito defensivo.
Esos merlones simbolizan a sus once hermanos. Desde allí sobresale una torre más pequeña en donde están representados su esposa y sus hijos. En la cúspide está un mástil para izar la bandera cada veinte y cinco de octubre, día del cumpleaños de Víctor.
Como era aficionado a la ufología y estaba convencido de la existencia de objetos voladores no identificados, hizo de la chimenea un platillo volador de metal con ventanillas en las que están grabados los signos zodiacales de sus hijos. Encima, como empotrada, se encuentra en bronce forjado la representación de un personaje extraterrestre cuyas partes fueron explicadas en detalle por Leonardo.
Junto a la chimenea reservó un sitio en la pared para que allí fuera su morada final, como anticipándose a la muerte. En efecto, allí reposa el cofre con sus cenizas.
Antes de salir se me invitó para que registrara el nombre y consignara un mensaje en un enorme libro que lo conservan celosamente. Cuando miré las decenas de ilustres personajes que habían hecho lo mismo, como Alejandro Carrión, Francisco Huerta Montalvo, Gonzalo Endara Crow, Guayasamín y muchísimos visitantes extranjeros y nacionales, sentí que la invitación fue una deferencia que valoro en alto grado.
Todos esos mensajes hacen ostensible su admiración a Víctor Tello Espinosa, resaltándolo como un ser humano único y maravilloso, que vivió la vida a su manera y como él creía que debe vivirla, cumpliendo todos sus sueños y deseos.
Violetita, orgullosamente, me mostró la serie de reportajes de prensa y revistas nacionales y extranjeras que hacen referencia al castillo, incluyendo un lindo artículo que Víctor Flavio Cueva escribió, en el que destaca el aporte que significa esa singular obra para el desarrollo turístico de nuestra ciudad, razón por la cual el Municipio de Loja, en la alcaldía de Eloy Torres Guzmán, le confirió una mención especial de reconocimiento.
Víctor Tello Espinosa, nacido el veinte y cinco de octubre de 1942, fue un hombre multifacético, honesto, trabajador incansable, visionario y emprendedor junto a su amada esposa. Se graduó de Médico Veterinario en la Universidad Nacional de Loja en 1971, cuyos conocimientos puso en práctica en el manejo del fino hato ganadero que la sociedad familiar de hermanos mantenía en una heredad situada en Cumbaratza, provincia de Zamora Chinchipe, cuyos ejemplares participaban en las ferias agropecuarias de Loja. La égida de su padre, Leonidas Humberto Tello Arévalo, que también fue ganadero, se convirtió en sabias enseñanzas.
Siendo estudiante en el emblemático Colegio Bernardo Valdivieso fue seleccionado por Adriano López para ser cachiporrero en mérito a sus atributos. Su paso gallardo, elegante, altivo y varonil en los desfiles cívicos, al son de la banda musical del establecimiento, constituía una verdadera atracción, tanto como la del Tambor Mayor de la Escuela Militar de Chile, en la Gran Parada Militar que anualmente se organiza en honor a las Glorias del Ejército. Cuando Víctor lanzaba la cachiporra por encima de los cables de luz, en el lugar de la tribuna, la gente se embelesaba.
Con ocasión de los encuentros nacionales de ex Bernardinos, organizados en 1988 y en el 2003, se puso a la cabeza de sus compañeros para revivir aquella época estudiantil.
Era un deportista nato en la disciplina del atletismo y gustaba de la gimnasia acrobática. Participó en varias ocasiones en la famosa maratón de la longevidad, una loable iniciativa de Jaime Eduardo Salcedo Becerra y Patricio Rodríguez Riofrío, quienes se propusieron realizar un evento atlético que pusiera en alto el nombre de Loja. La maratón partía desde el parque de Vilcabamba hasta la plaza central de la ciudad de Loja; es decir, una prueba para atletas con doble transmisión.
Los organizadores midieron de manera exacta la distancia de cuarenta y dos kilómetros y ciento noventa y cinco metros, que fue la misma recorrida por el soldado griego Filípides, cuyo heroísmo dio pábulo para que se instituyera esa prueba deportiva de larga distancia en las olimpiadas.
Precisamente, rindiendo homenaje a Víctor Tello, el club lojano Eterna Juventud organizó en el 2020 su posta número veinte y dos en la ruta Loja- El Cisne.
Fue apasionado por el automovilismo. En una de las competencias locales participó con su poderosa camioneta Ford, asistido por su copiloto Luis Palacios Riofrío. Algo igual ocurrió con el motociclismo. Tenía una hermosa moto BSA de seiscientos cincuenta centímetros cúbicos adquirida por compra a Máximo Hidalgo. Los caballos de raza fina también fueron parte de su afición y con ellos brindaba inolvidables momentos de diversión a su familia.
En el ámbito empresarial incursionó exitosamente en el mundo del turismo con la fundación del Hotel Ramsés, convencido que el aporte privado es el motor productivo para el desarrollo de Loja. A partir de entonces varios inversionistas optaron por la actividad hotelera, a tal punto, que en los actuales momentos tenemos una muy buena oferta para alojamiento de visitantes.
Amante de la arquitectura y la construcción montó una fábrica de teja y ladrillo visto, considerando que el desarrollo urbanístico de la ciudad de Loja era creciente por sus cuatro costados. No cabe duda que con su trabajo fecundo contribuyó al desarrollo de nuestra ciudad.
Víctor Tello Espinosa fue un hombre excepcional y apasionado; abnegado y amoroso con su familia. Sus hijos lo recuerdan como el guía que les inculcó el camino hacia la prosperidad.
Mi hermano Iván dice que fue su entrañable pana y que lo recuerda como un hombre bueno, sincero, íntegro y con un cúmulo de valores; en definitiva, que fue un “torazo” en toda la dimensión de la palabra, tratando de caracterizar la grandeza de su inolvidable amigo.