Campos Ortega R.
La historia constituye la parte viva de nuestra razón de ser como pueblo, como nacionalidad, por desgracia, no sabemos por qué motivos la historiografía oficial se olvida de contar hechos sucedidos en nuestra formación como país.
Así la República no soluciona nada. El látigo y la bala del colonizador se democratizan y cae con igual furor y servicia sobre las mismas espaldas. Por ello, en la Costa se forman las primeras montoneras; en Taura, los montoneros Franco y Zudea; en Vinces, el coronel Monteros y Osses; y, en Daule, el capitán Noriega, sufren trabajos forzados. Son los adelantados de Alfaro.
El 5 de junio de 1895, con el triunfo de la Revolución Liberal, se inscribe uno de los eventos políticos de mayores proyecciones de la Historia del Ecuador: el pronunciamiento de la ciudad de Guayaquil por la transformación liberal. La fecha constituye una nueva época de nuestra vida nacional e inicia un cambio de reformas, como fortalecer al Estado y regular las actividades económicas y modernizar la sociedad de ese entonces.
Para el año de 1896, con la fuerza de la Convención Nacional, Alfaro logra la vigencia de una nueva Constitución, en la que se libera al país de la injerencia del Vaticano, se acepta la libertad de creencias religiosas, se introduce el laicismo en la educación, se instituyó el matrimonio civil y el divorcio, se reafirmaron las disposiciones contra la libertad y todo tipo de discriminación social y racial. Se eliminaron los diezmos y primicias, la contribución territorial y el trabajo subsidiario para los indígenas. Se afirmaron las tradiciones de libertad, condenando al coloniaje norteamericano. Se realizaron reformas muy significativas en las acciones administrativas, fiscales, culturales y educativas. Todo esto como premio a su exilio, para dejar atrás las fronteras y hacer realidad sus pensamientos y sus escritos cuando desde Lima escribía a Roberto Andrade, “La hora más obscura es la más próxima a la aurora”.
Aurora que fue corta, por cuanto la oligarquía y la derecha se unen para llegar a la caza del poder, mediante la implantación del capitalismo en nuestro país, que instituyó un camino tortuoso, de lentos cambios de las relaciones económicas y sociales, procurando mantener siempre la gran propiedad sobre la tierra, para llegar a ello había que acabar con el liberalismo y su revolución y la vida de sus líderes. Para ello, los conservadores y los liberales de derecha articularon, por todos los medios, toda una campaña, responsabilizando a Alfaro y al alfarismo del caos que vivía la nación.
Acabar con la muerte de Alfaro, fue el decreto de la derecha y oligarquía del país, por el delito de ser un hombre convencido de sus ideales que expresó con hechos luminosos y contradicciones los alcances y limitaciones de su proyecto que constituyó la Revolución Liberal, mediante logros en nuestro país, Alfaro fue grande y antiimperialista por su permanente denuncia de las intenciones de la nación del norte y al poner al servicio su espada a otros pueblos de la Patria grande demostró sus alcances latinoamericanistas. Por ello había que matarle.
En una criminal confabulación entre jefes militares, guardianes, periodistas, aristócratas y empresarios, el 28 de enero de 1912, asaltan al penal García Moreno para asesinar, arrastrar y quemar a Alfaro y sus colaboradores en el parque El Ejido de Quito, acto de barbarie que fue calificado como: «La Hoguera Bárbara«. Pero la muerte no fue sino la victoria definitiva del “Viejo Luchador” al recordar las palabras de Neruda: “Y aquí cayó tu sangre, en medio de la Patria fue vertida, frente al palacio, en medio de la calle, para que la mirara todo el mundo y no pudiera borrarla nadie y quedaron sus manchas rojas como planetas implacables”. Así sea.