Juan Luna
“El recuerdo de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios son testimonios de confiada esperanza, arraigada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre la suerte humana, puesto que el hombre está destinado a una vida sin límites, cuya raíz y realización están en Dios”, afirmó el Papa Francisco en el 2014.
La muerte es la única realidad humana que tiene certeza de que sucederá, lo incierto es que no sabemos cómo ni en qué momento nos llega. La certeza de morir nos preocupa, precisamente, por la incertidumbre y por el dolor que experimentamos al perder seres queridos y conocidos que toman la delantera y dejan un vacío afectivo en nuestras vidas, Alberto Cortez el cantautor mexicano lo expresa “cuando un amigo se va, queda un espacio vacío, que nadie lo puede llenar, ni la llegada de otro amigo…”, desde mi experiencia, es aún más doloroso, perder a alguien de tu sangre y de la que fuiste engendrado y procreado.
Vivo convencido, que la muerte es la fiel compañera de la vida y que, como tal, su sombra presencia cada paso que damos y cual centinela vigila lo que hacemos o dejamos de hacer por el bien de las personas, por eso en nuestra fe católica, decimos “que la muerte nos entristece, pero que la esperanza del premio justo a nuestra forma de vivir nos alegra y reconforta”.
Ya lo dijo el poeta Jorge Manrique en coplas a la muerte de su padre: “Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el placer; cómo después de acordado da dolor; cómo a nuestro parecer cualquiera tiempo pasado fue mejor”.
La celebración de los difuntos en el calendario católico es la oportunidad para traer a la memoria la vida y testimonio de trabajo, lucha, vivencia de valores, esfuerzo y de preparación constante. Derramamos una lágrima, porque pudiendo hacer algo mientras vivía, nos hicimos indiferentes a su lucha, llevamos una flor para demostrar el cariño, conservamos su foto en nuestras billeteras, en la sala o en el álbum para honrarlo y hacer de nuestra vida y acciones una continuidad de su existencia; y, oramos, como pide la iglesia católica, para que sea nuestro ángel guardián que destella su luz en los momentos de oscuridad y de miedo.
Finalmente, la fiesta que en sus orígenes fue un memorial para los muertos, hoy, se ha enriquecido con las diferentes manifestaciones culturales que los distintos pueblos y nacionalidades ancestrales; ciudades y países programan para celebrar la muerte como expresión de vida, de camino. Conjugar lo espiritual y cultural es una demostración de la integralidad de la persona. Realidad corpórea y espiritual, muestran la unidad del ser humano, pero también la diversidad en la que vivimos y disfrutamos y vuelve realidad la Palabra de Jesús “Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven” (Lc. 20,38).