Las nuevas venas abiertas de América Latina – VII parte

En su primer encuentro con Barak Obama, ante un público en que por primera vez los presidentes aliados del comandante Chávez superaban a sus adversarios, Chávez se burló de nuevo del imperio, sacó un ejemplar de las Venas Abiertas de América Latina, y se lo regaló al joven presidente demócrata recién elegido y dispuesto a convivir con la izquierda latinoamericana.

Pero quizá el mayor desvelo aniquilarte de Washington respecto a la nueva minería de Coltán en el territorio de su enemigo venezolano, era la importancia del metal para construir motores de turbo propulsión, bombas y misiles inteligentes, y algunas de las empresas invitadas al proyecto por Maduro eran chinas y rusas, que constituían los viejos y ahora nuevos adversarios de Estados Unidos de una guerra fría.

No solo habían gánsteres en la salvaje economía del arco minero venezolano; una de las empresas multinacionales de esa concesión era la americano-canadiense Gold Reserve, que gestionaba la gran mina de las Bisas-Las Cristinas, en el Estado de Bolívar; cuando Hugo Chávez había expulsado a la Gold Reserve, el tribunal del banco mundial, el centro internacional de arreglo de diferencias relativas a inversiones, sentenció a favor de Gold Reserve contra Venezuela y le obligó a pagar 700 millones de dólares, Maduro para evitar pagar esa multa creó una empresa mixta y la entregó a Gold Reserve el 45% de la misma.

Los diamantes y esmeraldas, al otro lado del paraíso en Diamantina Brasil, país que había superado aquellos tiempos de desesperados buscadores de fortuna en las minas de oro, diamantes y esmeraldas, eso parecía al menos, en la época de bonanza de las materias primas; pero el paso regresaba con espíritu de venganza tras la recesión más grave de la historia, al final de los gobiernos Lulistas; el desempleo se había duplicado en 15 millones de brasileños volvieron a la extrema pobreza (ingresos menos de 40 euros al mes); quizá por eso el gran imperio, aquel minero artesanal de las leyendas del pasado, regresó a la narrativa brasileña de la crisis, ya fuera como el héroe trágico que buscaba la suerte en los ríos y selvas del interior lejano y como un violador de la naturaleza y de los derechos indígenas.

El decreto de 1732 en Minas Gerais, según cuenta José de Rezende da Costa en su crónica “Memoria histórica del diamante” determinó que “todos negros y pardos” fuesen expulsados de la comarca de “Diamantina” por juzgar que era la única manera de “evitar el robo de los diamantes”; problema para los ricos portugueses y también para las élites brasileñas de siglos posteriores, era que sin “esos negros, negras y pardos”, no quedaba nadie para garimpar los diamantes que los enriquecía; la extracción de esos diamantes altamente valiosos por su formato, tamaño, pureza y color, era ilegal, pero los grandes compradores principalmente europeos y estadounidenses los apetecían .