Los miles de lojanos que a lo largo del tiempo emprendieron el éxodo para establecerse en diferentes rincones de la patria y fuera de sus fronteras, han imprimido la marca de prestigio que nuestra ilustre tierra confiere a sus hijos. En ese torrente de hombres y mujeres hay quienes se han destacado en el servicio público y privado; en las letras, el arte y la música; en la academia, en la investigación científica y en varias actividades productivas. Su aporte, en base a talento y esfuerzo, ha sido constructivo y ha generado desarrollo.
Uno de ellos es el doctor Wilson Enrique Torres Espinosa, diplomado en el Instituto de Altos Estudios Nacionales, catedrático universitario, escritor, Vicepresidente del Comité del Programa Hombre y Biósfera (MAB) de la Unesco, y merecedor de los premios ‘Príncipe de Asturias’, “Podocarpus” y “Máximo Agustín Rodríguez”. Apasionado por la preservación del medio ambiente alcanzó la especialización a través de estudios en España y en la URSS. Fue auditor ambiental y de seguridad durante algunos años en PETROECUADOR.
Wilson Enrique ha escrito varias obras, una de las cuales es “Las fronteras muertas” (2018), “novela corta en donde refleja las ilusiones, las esperanzas de los personajes del medio rural en el área de frontera, que sobre todo hasta los años ochenta sufrió un abandono o pretensión muy marcada”, en sus palabras.
No cabe duda que el sugestivo nombre de esta interesante obra deviene de la ignominiosa política de “fronteras muertas” aplicada en el territorio fronterizo sur del Ecuador, especialmente de la provincia de Loja, como consecuencia del conflicto bélico de 1941, lo que evidentemente provocó el estancamiento de nuestros pueblos y la emigración de una buena parte de su población hacia otros lares del país.
Se creía, en forma inaudita, que la construcción de vías facilitaría el acceso de los peruanos, y que con la electrificación las localidades serían visualizadas. Con esa mentalidad se privó a sus habitantes de servicios básicos, salud y educación. Quienes así pensaron salieron “airosos” con su estrategia geopolítica sin importarles el efecto devastador.
Para todos era conocido que niños de la zona fronteriza de nuestra provincia se matriculaban en escuelas peruanas ante la falta de centros educativos, y que la población rural vivía en extrema necesidad y carente de condiciones mínimamente dignas de vida.
Esa es la cruda realidad que en gran medida recoge Wilson Enrique en “Las fronteras muertas”, poniendo de manifiesto una sensibilidad que bien se traduce en indignación por todo lo ocurrido, que es la de todos los lojanos.
El heroísmo de los pueblos fronterizos de Loja, como Macará y Zapotillo, no radica únicamente en haber sufrido el embate bélico sino también haber soportado estoicamente la grave secuela generada por una decisión absurda y la impavidez de los poderes centrales durante tantos años.
Es recientemente, a partir del 26 de octubre de 1998, con el Tratado de Paz de Brasilia suscrito entre Alberto Fujimori y Jamil Mahuad, que los pueblos de la frontera sur del Ecuador comienzan a vislumbrar un desarrollo que les permita vivir con dignidad.
Wilson Enrique Torres Espinosa es un distinguido y destacado lojano que se suma a la pléyade de intelectuales de nuestra querida Loja, y es señor y caballero en toda la extensión de la palabra.