Tras los ventanales de las casas tradicionales lojanas se encuentran los lustrosos muebles de esterillas, los mismos que el señorío abuelo seguramente importó de Viena; armarios y guardarropas que albergan viejas carcomas; anaqueles que terminan en capotes donde se guardan los libros de Cervantes o del Cid, los breviarios y novenarios, crónicas, devocionarios y otros que la intransigencia puso en el índice en los tiempos post inquisitoriales. Han quedado los candelabros de diez brazos y botones de metal, arañas de vidrio en colores, gobelinos de Francia y muebles butacones para beber vino. Sin embargo, se han muerto: los tilingos y las campanillas, los gregüescos bordados y las cazoletas repujadas. La filiación colonial les hace vivir en el vacío tradicional con sumisión a tres poderes: dinero, nobleza y confesión. Quieta ciudad regida por un horario de maitines. Paz propicia para la meditación. Las plazas grandes de antaño hoy son parques; parques estrechados por las principales familias.
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