¿De regreso a casa?

Esta es una pregunta recurrente, no solamente para mí, sino, estoy seguro, que para muchos de ustedes. ¿Cuándo tiene más fuerza esta expresión y hacia dónde nos lleva? La experiencia de la vida nutre nuestro cuerpo, alma y espíritu. Nos gusta viajar. Volver. Marcar, otra vez, el camino. Puede ser una buena terapia. Conveniente, o, no, recorrer el camino tiene dos alternativas (ida y regreso). Aunque mis maestros en la vida religiosa y en el Seminario Mayor, me inculcaron el valor de una regla de oro, enteramente ignaciana, de la indiferencia, la tendencia humana es pensar que volver es saludable. Otras personas piensan lo contrario. He vuelto, muchas veces, a mis antiguas parroquias.

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La ventana rota

En 1969 un profesor de la Universidad de Stanford llevó a cabo un interesante experimento social. Seleccionó dos vecindarios de características diametralmente opuestas: el Bronx, que en aquella época era peligroso, conflictivo y lleno de delincuencia y Palo Alto en California, un vecindario de estrato económico muy alto, tranquilo y seguro. El experimento consistía en abandonar un vehículo nuevo, impecable en cada lugar. Como era de esperarse, en el Bronx, 10 minutos bastaron para que el vehículo empiece a ser desvalijado, a los tres días poco quedaba. Por su parte en Palo Alto, el vehículo permaneció intacto durante una semana, entonces, los investigadores decidieron intervenir, lo golpearon un poco y destruyeron una ventana, dándole un aspecto deteriorado. A partir de ese momento el fenómeno observado en el Bronx se repitió en Palo Alto con igual celeridad.

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