Esta es una pregunta recurrente, no solamente para mí, sino, estoy seguro, que para muchos de ustedes. ¿Cuándo tiene más fuerza esta expresión y hacia dónde nos lleva? La experiencia de la vida nutre nuestro cuerpo, alma y espíritu. Nos gusta viajar. Volver. Marcar, otra vez, el camino. Puede ser una buena terapia. Conveniente, o, no, recorrer el camino tiene dos alternativas (ida y regreso). Aunque mis maestros en la vida religiosa y en el Seminario Mayor, me inculcaron el valor de una regla de oro, enteramente ignaciana, de la indiferencia, la tendencia humana es pensar que volver es saludable. Otras personas piensan lo contrario. He vuelto, muchas veces, a mis antiguas parroquias.
Sin embargo, me invade una triple sensación: alegría, frustración, nostalgia. La realidad, que viví en mis periplos pastorales en varios lugares del mundo, me llenó de muchos aprendizajes. Me alimenté, en ellos, de creatividad, dinamismo, fe, esperanza, misericordia. Regresar, a veces, no fue la mejor decisión. Pero, nuestra vida, es eso. Una simbiosis de valores y antivalores, amargura y dulzura. En estos días he reflexionado bastante en el pensamiento de Paul Theroux , Tras las huellas de El gran bazar del ferrocarril. Cito algunas de sus ideas: “A los viajeros se nos considera osados, pero nuestra secreta culpa estriba en que viajar es una de las maneras más perezosas que hay en la vida para pasar el tiempo. Viajar no es tan sólo cuestión de estar por completo desocupado, sino también una compleja y mendicante forma de evasión, que nos permite llamar la atención sobre nosotros mismos por medio de una llamativa ausencia, a la vez que nos entrometemos en la intimidad de los demás y somos activamente ofensivos en calidad de gorrones fugitivos”. Asumo la pedagogía del Peregrino Ruso, una obra clásica de espiritualidad. Caminar en busca de encontrar un tesoro, el arte de aprender, de orar, de llenar el espíritu de la presencia divina. Ciertamente, somos osados, queremos llenar una ausencia, un hoyo en la playa con el agua del mar, con una pequeña vasija… “comprendí que el pasado al que no se retorna forma siempre un bucle en los sueños que uno tenga. La memoria también es un tren fantasma”. Sin embargo, volver a revivir, como en una utopía, muchos sueños realizados, dice Theroux, nos recuerda que existimos. Que estamos vivos. Que nunca llegamos a envejecer.
Nunca podemos dejar de vivir como viajeros, con todo el peso existencial y la armadura filosófica que está, allí, amenazante, necesaria. Viajamos en el tiempo, en la autopista de la existencia. Hay viajes sin retorno. Hay retornos para un viaje definitivo. Cuando he pensado en responder a la pregunta clave de este escrito, repaso, en un singular examen de conciencia, las rutas de mi existencia. Santa Teresa de Jesús meditaba y escribía pensando en el encuentro en plenitud con su amado: Jesús. “¡Cuán triste, Dios mío, la vida sin ti. Ansiosa de verte, deseo morir!”. No se trata de una elegía dolorosa. Es el gozo de volver a casa.