Resucitar y empezar

P. Milko René Torres Ordóñez

La misión en la vida de Jesús es fascinante. Las etapas en su camino por este mundo abren surcos de amor y esperanza en el corazón del ser humano, sensible, abierto a la trascendencia. Él es el sembrador que esparce la semilla de la misericordia por doquier.

El terreno en el que cae cada grano de la Palabra tiene que ser fecundo. En esta semana, Santa, por donde la miremos y vivamos, el ciclo vital de todo hombre de buena voluntad se desarrolla de modo armónico, si queremos decirlo en base a conceptos antropológicos y filosóficos: nacer, crecer, reproducir (estar abiertos a la vida), morir. Estos ámbitos complejos en su fondo y en su forma son incompletos. La apertura a la trascendencia plenifica la madurez del hombre. La resurrección es parte importante en nuestro devenir histórico, seres de carne y hueso, quizá simple materialidad, si nos ufanamos en pretender negar la existencia de Dios y su presencia en nuestra rutina diaria. Hemos dado mucha importancia a la vida, a la alegría, al dolor, a la muerte. ¿Y a la vida después de ella?  Jesús resucitó para abrirnos y mostrarnos grandes espacios en el tiempo de Dios. Su muerte, dice la Palabra, no es un hecho consumado para ser olvidado. Cuando Jesús regresa al Padre deja su testamento de fidelidad e induce a la incipiente comunidad apostólica a continuar con la misión comenzada por Él: no miren al cielo…vayan a contar cuánto han visto y oído en el mundo entero. Anuncien la Buena Noticia. Bauticen y enseñen lo que han aprendido. Recuerden, que siempre estoy con ustedes. La vocación del hombre debe ser hacer el bien, crear y organizar un mundo feliz, con realismo, sin eufemismos de ninguna clase. La resurrección, vista desde esta clave ontológica, es innata en los hombres de buena voluntad, honestos y valientes, forjados para la lucha diaria, envueltos en la coraza de una espiritualidad bien definida y una identidad a prueba de fuego. Es común hablar de nuestros fracasos, aparentes, de nuestras caídas, también de nuestras victorias, reales, y del impulso divino para levantarnos y continuar nuestro camino, como peregrinos de la fe y del testimonio. Faltaría espacio para enumerar a muchos próceres de la constancia, adalides del progreso, emblemas del pasado y presente, llamados locos, tantas veces incomprendidos, que quizá recibieron su justo reconocimiento postmortem. No resultará fácil resucitar, pero es necesario. En la presente semana, de fe y reflexión, la vida nos probó duramente en el crisol de la calumnia y la injusticia, a la que la endulzan los aduladores, compradores de mentiras, desleales y mentirosos. También nos hizo ver la otra realidad, la más auténtica, la que emana paz y tranquilidad. Estamos llamados a hacer el bien, indudablemente. Empezar de nuevo, en la presencia de Dios, va más allá de una frase elocuente. Dios escribe recto, nos enseña a leer y releer que sus caminos están llenos de baches, que la cruz dolorosa está en alerta constante, que su misericordia y su asistencia siempre permanecen, allí, cuando más necesario es su aliento de vida, su Espíritu.