En tus manos

P. Milko René Torres Ordóñez

La vida está llena de interrogantes, muchas de ellas tienen respuestas sabias, otras no. De la misma manera la humanidad cuenta en su historia con hombres sabios, en distintas épocas. Cito una reflexión de san Agustín: ¿Qué es el tiempo? El tiempo es una cosa que si no me preguntan se lo que es y si me lo preguntan no lo sé.

Este pensamiento nos lleva, sin dificultad, a otro ámbito que requiere cuestionamientos y respuestas. Hablo de la identidad y de la vocación de una persona. ¿Qué significan? ¿Cómo explicarlas? La identidad es el ser en sí de alguien, lo que es. El hombre es único e irrepetible, creado a imagen y semejanza de Dios. De acuerdo a lo que enseña Gén. 1,26, la frase “Hagamos” es un plural mayestático. Es decir, es el uso del pronombre personal en primera persona en número plural y de las formas verbales correspondientes. Para los creyentes es Dios, Uno y Trino el que habla. Dios ha dado la identidad que el hombre necesita. De esta manera puede actuar y desenvolverse con libertad en el tiempo y en el espacio que requiera y que le corresponda. Otra frase del Santo al que me he referido: “Nos hiciste, Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Relación íntima y cercanía con quien sabemos que nos ama. La identidad, por lo tanto, ubica al ser humano en la lucha permanente por construir un mundo mejor. Llamados a construir la civilización del amor que es la conjunción del amor universal de Jesucristo que confiere plenitud. En cuanto a la vocación como tal, está ligada a la identidad. Una de las claves en la espiritualidad de santa Teresita del Niño Jesús puede resumirse en así: En adelante, seré el corazón de la Iglesia. Mi vocación es el amor. Es el Camino de la Infancia Espiritual de la patrona de las misiones y Doctora de la Iglesia. La vocación es un llamado a cumplir con una misión en el mundo. Es un don sublime, no es fácil, pero es imprescindible. La voluntad de Dios es encontrar un tiempo y un espacio para encontrar la felicidad y entregarla a los demás. Jesús, nos enseñan los cuatro Evangelios, tiene una identidad y una vocación. San Juan dice que El Verbo se hizo carne. Vino a quedarse con nosotros, a compartir lo que somos y lo que tenemos. Una de las últimas palabras de Jesús en la cruz sintetiza su vocación y su misión: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. ¿Qué hizo Jesús por nosotros? ¿Cuánto nos entregó a nosotros? Respondería, al igual que san Agustín: Si no me preguntan se lo que es y si me preguntan no lo sé. Es fácil hablar de memoria, o, quizá, escribir al azar. Lo valioso es responder con buenas acciones. Jesús, pasó haciendo el bien. Famoso por sus obras y sus palabras, su testimonio. Es, en suma, el Camino, la Verdad y la Vida.