La ciudad universitaria de Salamanca

Santiago Armijos Valdivieso

Conocí la ciudad de Salamanca hace unos meses, luego de realizar un viaje por tren desde Madrid. Llegué en las primeras horas de una fría mañana de febrero de 2022 a las bien dispuestas instalaciones de la estación de trenes “Vialia”, en cuya puerta principal se levanta una grandiosa escultura ecuestre en bronce, en la que un imponente caballero medieval conduce su hermoso y encabritado corcel. La contemplé un buen rato y, a través de mis cavilaciones, pude soñar despierto recordando las historias del medievo que tanta inquietud y admiración me generaron, gracias a la magia de los libros y de las películas.

Supongo que no era para menos, porque precisamente el territorio en que me encontraba fue escenario en el que los caballeros de yelmos, armaduras, lanzas y escudos habían dado tanto de qué hablar ya que, a punta de fuerza, destreza y valentía cambiaron el destino del mundo. Caminé sin rumbo por añosas calles y en cada paso que daba, sentí la enorme belleza de la ciudad y la historia que allí se acunaba. El frío arreciaba (2 o 3 grados centígrados) y por ello debí refugiarme en una antiquísima cafetería para meter, entre pecho y espalda, unas deliciosas lonjas de jamón serrano con queso manchego que las empujé con un delicioso café: negro como el diablo, dulce como el amor y caliente como el infierno. Embutido de esas delicias, y reconfortado por el humo y las calorías, tomé rumbo a alguna parte del río Tormes, ayudado por las comedidas indicaciones que me brindaron varios salmantinos con quienes me crucé en el camino. Llegué a mi destino, luego de recorrer encantadores rincones de la ciudad, entre estos, uno que albergaba la escultura levantada en la ribera de dicho río, en homenaje a Lazarillo de Tormes, aquel protagonista literario inolvidable de la picaresca española. No dude en tomarme fotos junto a tan emblemático personaje a quien pude conocer en su versión broncínea. Para tener una cabal idea de lo que es el río Tormes, seguí la sugerencia de un buen samaritano, quien me invitó a que lo cruzara por un puente romano de piedras, construido en el siglo I a.C. y llamado Puente Mayor del Tormes, gracias a sus 359 metros de longitud, casi seis metros de ancho y diez metros de altura. La cantidad de turistas que lo recorren a diario es impresionante, y no es para menos, dada la belleza y magnitud con la que fue construido, seguramente para que sirviera por siglos y se riera del tiempo. En ese momento, el caudal del río era minúsculo, pero en épocas de lluvia, según me comentaron los salmantinos, su caudal toma fuerza y hace muchas travesuras en las riberas de la hermosa villa universitaria. Al continuar mi recorrido por la urbe, llegué a la Casa de las Conchas, un palacio urbano de estilo gótico construido, entre 1497 y 1517, por un exrector de la Universidad de Salamanca (Rodrigo Maldonado de Talavera); cuya decoración, con trescientas conchas y numerosos blasones y escudos, distribuidos en toda su fachada; roban la atención de los perplejos visitantes que la contemplan y admiran su elegante porte y distinción. Llegó la hora del almuerzo y acudí al Café-Restaurante Novelty para saborear una carrillera de cerdo ibérico: un manjar inolvidable, muy a la altura de la exquisita gastronomía española. El local se ubica en la Plaza Central de Salamanca, un hermoso e impresionante sitio que, como dijera Don Miguel de Unamuno: “Es un cuadrilátero. Irregular, pero asombrosamente armónico”. La plaza fue construida entre 1729 y 1756 y en el transcurrir del tiempo albergó: mercados, corridas de toros, ajusticiamientos, fiestas populares y escenario para observar obras teatrales. Se caracteriza por sus ochenta y ocho preciosos arcos semicirculares en los que, en sus albanegas, asoman medallones de piedra con el rostro de grandes personajes ligados a la historia y a la grandeza de Salamanca: Felipe V, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, Fernando III, Alfonso XI, Miguel de Cervantes Saavedra, Antonio de Nebrija, Francisco de Vitoria, Santa Teresa de Ávila, Miguel de Unamuno, entre otros. El día avanzaba y era momento de visitar los claustros de la Universidad de Salamanca. Lo hice con enorme respeto y expectativa, dado que se trataba de uno de los centros de estudios superiores, de mayor prestigio y pedigrí académico hispánico y del mundo. Caminar por sus antiguos aposentos inspiraba el inmenso respeto que se debe prodigar a una catedral de la ciencia y la sabiduría. Por estos, deambulaban cientos de estudiantes, quienes conversaban a bajo volumen, como si debieran permanente respeto a un abuelo que se atormenta con el griterío o como si se desplazaran por una biblioteca gigante en la que el mayor sacrilegio es el ruido innecesario. Fue creada en el año 1218 y; junto a las universidades de París, Oxford y Bolonia; es una de las más antiguas de Europa. En el año 2018 cumplió ochocientos años y sigue siendo una institución académica de referencia en el reino de la inteligencia y el saber. En el Edificio de sus Escuelas Mayores se encuentra la Biblioteca General con 483 manuscritos incunables (ediciones hechas entre la invención de la imprenta y el año 1520) y 62 000 volúmenes de textos de los siglos XVI, XVII y XVIII que la convierten en un profundo pozo de sabiduría y puente hacia el pasado. Entre sus catedráticos monumentales menciono, entre otros, a Francisco de Vitoria (padre del derecho internacional), Antonio de Nebrija (creador de la primera gramática del español) y a Miguel de Unamuno (exrector de la universidad, escritor, filósofo y una de las mentes más lúcidas del mundo). Precisamente, en el recorrido que hice al campo universitario, visité la casa museo en la que vivió Unamuno durante su rectoría. Al hacerlo, tuve la impresión de estar en una morada amplia, digna, pero sin rastro de ostentación o derroche; propio de los hombres superiores cuya identificación irrenunciable con la sencillez los hace más grandes e inteligentes. La tarde empezaba a morir y el manto de la noche desplegaba sus primeros pliegues en Salamanca. Yo, sentía agradecimiento con la vida por haberme permitido conocer tan esplendorosa y respetable ciudad universitaria, en la que conviven los espíritus de la cultura y las grandes causas del hombre. Seguramente, para entender lo que representa, vale citar la frase pronunciada por Miguel de Unamuno que dice: “Hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento”; o esta otra, tomada de la novela El licenciado vidriera de Miguel de Cervantes Saavedra (publicada en 1613):  “Advierte hija mía, que estás en Salamanca/ Que es llamada en todo el mundo madre de las ciencias/ Y que de ordinario cursan en ella y habitan diez o doce mil estudiantes/Gente moza, antojadiza, arrojada, libre aficionada, gastadora, discreta, diabólica y de buen humor”. No hay duda, si se visita Salamanca no se la puede olvidar jamás.