Todo vale en esta crisis
tan carente de trabajo,
hay que vérselas, ¡carajo!
y cambiar los días grises.
Venderé mis codornices
al mayor o al menoreo
por el barrio Clodoveo
donde viven mis amigos;
venderé también mis higos
y mis chifles de guineo.
Venderé papitas fritas
con salchicha de caballo;
de mi finca un buen zapallo
y los viernes cascaritas.
La sabrosa fritadita
venderé a los ciudadanos
que me quieran apoyar
para gastos de mi hogar,
mis hijitos y consorte
que reside en Sauces Norte
sin que pueda trabajar.
Venderé mis tamalitos
con café y ají de pepa,
mis humitas, mis arepas,
con cuentita, a dolarito.
Yo preparo pollo frito,
cervecitas, agua helada
en la puerta de mi casa
y también enciendo brasa
para el cuero y parrillada.
Hago pizza hawaiana
y la entrego a domicilio;
hago sango, mote pillo
con quesito de Yangana.
A las tres de la mañana
me levanto y hago panes
que mitigan mis afanes
y me gano un dinerito
a manera de sueldito
mientras otros… haraganes.
La carencia de dinero
me ha empujado a hacer de todo,
a pensar y darme modos
aunque empiece desde cero.
El Estado lastimero
de la patria a la deriva
nos ha puesto en disyuntiva:
o emprendemos lo que sea
o cedemos a la fea
inacción desaprensiva.