Ser algo más de lo que ya se es

Galo Guerrero-Jiménez

Los antropólogos, pedagogos, lingüistas y especialistas en temas de lectoescritura aún siguen preocupados por qué es que en la educación escolarizada, y pese a los enormes esfuerzos de una gran mayoría de maestros, no ha sido posible aprender a leer de manera que se pueda ir más allá de la mera comprensión literal, en la que el escolar y los maestros, y todo lector y escribiente, puedan llegar a tener una alta consciencia cognitiva e intelectual que les permita, en la práctica, darse cuenta que, como señala la investigadora Delia Lerner, “leer es adentrarse en otros mundos posibles. Es indagar en la realidad para comprenderla mejor, es distanciarse del texto y asumir una postura crítica frente a lo que se dice y lo que se quiere decir, es sacar carta de ciudadanía en el mundo de la cultura escrita…” (2014).

Y el problema no solo es de la educación escolarizada, es de la ciudadanía en general; se trata de un altísimo porcentaje de ciudadanos graduados en la universidad y en otros contextos formales que no han podido establecer una práctica lectora y de escritura en cuya pragmática esté impreso el sello del conocimiento para que su profesión sea elevada a la categoría de científica y plenamente asumida desde el ámbito humanístico, de manera que ese ciudadano ocupe un puesto de preminencia auténticamente vivible en el ámbito de la comunicación con todos sus congéneres y, por ende, sea un referente de amor y de compromiso con su profesión u ocupación para que desde su experiencia socio-cognitiva contribuya a enaltecer su condición personal, porque sabe que está preparado al más alto nivel de su grandeza profesional y humanística para trabajar y actuar en orden al respeto que todo un conglomerado humano se merece gracias al buen actuar que su conocimiento le permite para desplazarse con solvencia en ese existenciarse radicalmente ético, estético y lingüístico.

Por supuesto, llegar a este rango de grandeza humana, solo es posible desde una práctica educativa continua de compromiso con la lectura de los grandes pensadores antiguos y contemporáneos que desde su condición de investigadores, de científicos, de humanistas, de literatos, de filósofos, de artistas y de entes cultos al más alto grado de su compromiso con el dominio de su especialidad, han podido establecer principios, normas, ficciones, teorías y enunciados que en calidad de ideas sustantivas y debidamente registradas en un texto, quedan plasmadas para siempre en un libro o documento en físico y/o digitalmente para que todo ciudadano alfabetizado pueda adentrarse, no solo desde la educación formal, sino desde su contingente personal voluntariamente asumido desde una disposición mental que le permita, a cada uno de los lectores que con plena libertad escoge un texto para leerlo pensando en que, como señala Mariasun Landa,  se trata de “una necesidad  tan humana como la de soñar, reír, o jugar. Porque para mí ha sido una vía de placer, de consuelo, de compañía y hasta de autoconocimiento. Quizás, desde pequeña he buscado en la lectura, ser algo más de lo que era. Ver por otros ojos, imaginar con otras imaginaciones, sentir con otros corazones” (2002), lo que es, en efecto, el valor que la vida tiene desde esa gran realidad de palabras escritas.

En todo caso, según la opinión de Xabier Gantzarin, recogida por Patxi Zubizarreta: “leer no es una acción más elevada y enriquecedora que cualquier otra. Si a alguien le gusta leer, si le gusta la literatura y está dispuesto a viajar a los lugares recónditos de su interior, estupendamente. Pero si no le gusta leer y si prefiere ir al monte, andar en bicicleta, tomar el sol o jugar al fútbol, yo no le voy a obligar a leer” (2002); pues, parece que el fracaso de la lectura quizá esté ahí, cuando alguien obliga a leer, quizá porque nunca ha tenido la oportunidad de leer algo profundamente significativo, real, posible y necesario para enaltecer su condición humana.