Galo Guerrero-Jiménez
El lector principiante, especialmente el niño, empieza a valorar la lectura, a vivirla, a experimentarla en “carne propia” cuando lee con inquietud y curiosidad. Por supuesto, solo se llega a este nivel cuando las oportunidades lectoras han sido propicias, es decir, cuando una eficiente motivación y, luego, una efectiva mediación, por lo regular de una persona adulta, han logrado que el niño empiece a interesarse por cuenta propia de ese mundo imaginario que aparece en el papel o en la pantalla electrónica. La motivación que el niño siente para leer lo promueve a introducirse en el texto con voluntad y con la esperanza de que va a encontrar algo que le va a gustar, a sentir gozo en la medida en que va comprendiendo la historia que lee. Por lo tanto, comprensión, deleite y reflexión serán los máximos ingredientes para sentirse un lector consumado, realizado, gracias a que esa experiencia lectora se convierte en un reservorio de satisfacción increíblemente rico: la inquietud y la curiosidad, pues, han logrado su objetivo, sobre todo cuando el niño lee cuentos maravillosos, fantásticos o de aventuras: “El cuento tiene por objetivo despertar nuestra estructura de verdad profunda, de hacérnosla vivir y de ponerla en movimiento, de manera que podamos ponernos conscientemente en armonía con ella, para enderezar nuestra vida y situarla en conformidad con el arquetipo ideal” (Brasey y Debailleul, 2001).
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