Galo Guerrero-Jiménez
Dada la enorme variedad de respuestas que a veces damos frente a un problema que, al no conocerlo a fondo, nos podemos equivocar para afrontarlo axiológicamente con el poder de plenitud que nos da nuestra percepción subjetiva cuando hacemos el esfuerzo personal para prepararnos al más alto nivel que nuestra cognición mental lo permita.
Por supuesto, si no hemos logrado una formación adecuada frente a las circunstancias adversas y cotidianas que las vivimos con zozobra, y frente a “un mundo que ha perdido el sentido, que anda desorientado, tendemos a sustituir ‘sentido’ por ‘sensaciones’. La sociedad sufre un gran vacío espiritual que se intenta suplir con una búsqueda frenética de sensaciones tales como satisfacciones corporales, sexo, comidas, alcohol” (Rojas Estapé, 2022), droga, vagancia y en entretenimientos fatuos como el de volverse adicto al descontrol desenfrenado del manejo de las redes sociales y tecnológicas que, “en estos casos de desorientación, la acumulación de sensaciones produce una gratificación momentánea, mientras que el vacío en nuestro interior crece como un agujero negro apoderándose paulatinamente de nuestra vida, lo que conduce de manera inevitable a rupturas psicológicas o comportamientos destructivos” (Rojas Estapé) que luego no pueden ser remediados con facilidad para que ese individuo vuelva a realizarse con la plenitud existencial y vivencial que su conducta humana le debería permitir para reincorporarse a la sociedad con la mejor idoneidad personal.
Y como el modo de pensar siempre es distinto en cada ser humano, tanto en las buenas como en las malas circunstancias antes descritas, es necesario buscar, en la medida en que nuestra psique lo permita, modelos de vida, es decir, instancias de mediación, como la de encontrar a personas de nuestro entorno para conversar con la mayor naturalidad acerca de nuestros problemas o de nuestros triunfos sanos y personales; este acercamiento verbal, no solo que nos enseña a conversar con los demás, sino que nos permite hablar con uno mismo, es decir, desde una actitud monologante, en la que, poco a poco, vamos descubriendo quienes somos ante los demás y, lo más esencial, ante uno mismo.
Otra forma, quizá la más plena estética, cognitiva y lingüística, para salir de esa fealdad psicológica y convertirla en luminosidad, es la de encontrar un texto escrito, que puede ser un libro o un artículo de reflexión, o un texto muy corto como el de un poema, un cuento, una crónica, una leyenda, una historieta, en fin, un algo que nos entretenga para pensar, no en lo que literalmente contiene ese escrito, sino en los argumentos que uno puede inferir, no sin un marcado esfuerzo, por supuesto, como el de aprender a conversar con el texto, suponiendo ideas, interrogantes, inquietudes, dudas, supuestos que pueden desplazarse mentalmente en consideración al contexto en el cual el lector se desenvuelve familiar y socialmente.
Desde esta realidad, es posible el intercambio de argumentos entre el texto y el lector, tal como sucede en una conversación real con una persona en que con la mejor amenidad “se escuchan e intercambian argumentos, [esto] nos ayuda a pensar con más claridad, a tomar mejores decisiones y a ser más ecuánimes, empáticos y comprensivos. Tan simple como eso: es una herramienta fabulosa, tal vez la más efectiva, para dar forma al pensamiento” (Sigman, 2022).
Así, nuestro cerebro se va alimentando de nuevo conocimiento, el cual, poco a poco, va desarrollando nuevas capacidades para enfrentar nuestra realidad con argumentos idóneos e incluso placenteros “porque implica necesariamente la maduración de aspectos fundamentales de la formación integral de la persona humana: el análisis crítico, la verbalización de los conceptos, la imaginación, la capacidad de abstracción (…), la sensibilidad estética e incluso (…) la capacidad de interpretar la realidad y de definir otra nueva” (Albanel, 2002) a partir de ese estado emocional que ahora nos proyecta con nuevas formas de pensamiento pleno, armónico, vivible, orientativo y altamente pensante para enfrentar la realidad.