Galo Guerrero-Jiménez
El lector principiante, especialmente el niño, empieza a valorar la lectura, a vivirla, a experimentarla en “carne propia” cuando lee con inquietud y curiosidad. Por supuesto, solo se llega a este nivel cuando las oportunidades lectoras han sido propicias, es decir, cuando una eficiente motivación y, luego, una efectiva mediación, por lo regular de una persona adulta, han logrado que el niño empiece a interesarse por cuenta propia de ese mundo imaginario que aparece en el papel o en la pantalla electrónica. La motivación que el niño siente para leer lo promueve a introducirse en el texto con voluntad y con la esperanza de que va a encontrar algo que le va a gustar, a sentir gozo en la medida en que va comprendiendo la historia que lee. Por lo tanto, comprensión, deleite y reflexión serán los máximos ingredientes para sentirse un lector consumado, realizado, gracias a que esa experiencia lectora se convierte en un reservorio de satisfacción increíblemente rico: la inquietud y la curiosidad, pues, han logrado su objetivo, sobre todo cuando el niño lee cuentos maravillosos, fantásticos o de aventuras: “El cuento tiene por objetivo despertar nuestra estructura de verdad profunda, de hacérnosla vivir y de ponerla en movimiento, de manera que podamos ponernos conscientemente en armonía con ella, para enderezar nuestra vida y situarla en conformidad con el arquetipo ideal” (Brasey y Debailleul, 2001).
En definitiva, la inquietud, la curiosidad, la motivación, le permiten al niño leer con sobriedad: se apropia de la historia leída tal como se apropia de un juguete gracias a que interiormente su mundo subjetivo es una vivencia de plácemes: la fuerza del cuento gracias a su componente lúdico y al toque artístico, creativo e imaginario que las palabras engendran armoniosamente en el cuento o en el poema, producen un mundo de imágenes que en el niño o en el adulto lector emergen libremente tal como cuando se está soñando o inventando mundos imaginarios. En este orden, “los cuentos pueden conducirnos, a condición de comprender su mensaje, por la vía de nuestro propio desarrollo, pese a los obstáculos, pruebas y frustraciones de nuestra vida. Los cuentos de maravillas nos invitan a vivir el Todo-Posible, más allá de nuestras limitaciones; es decir, la totalidad de la realidad, visible e invisible” (Brasey y Debailleul, 2001).
La lectura, en especial, de cuentos maravillosos, se convierte en una especie de magia, en donde todo es posible. Es por eso que la curiosidad, la inquietud, la incertidumbre, ese gozo misterioso, encaminan al lector a meterse en la historia con deleite. Se trata de una especie de “círculo encantado que protege los pequeños misterios de la vida. (…) Lo que buscan los cuentos es un conocimiento no racional, que tiene que ver con la sabiduría: un conocimiento capaz de iluminar el mundo” (Martín, 2013) en clave de interpretación, de reflexión, de compromiso, e incluso de admiración por todo lo creado y por todo lo que puede el ente humano seguir creando no solo de manera tangible, objetivablemente, sino desde la máxima riqueza interior que cada individuo es capaz de crear, de imaginar, de inventar y de soñar hasta el límite del éxtasis.
En definitiva, que el niño y todo lector aprenda a leer el mundo de la literatura desde la inquietud, desde la curiosidad, sirve para sumergirse en los ojos del mundo, porque desde esa mirada la literatura nos dice cómo es la vida y, en especial, cómo podría llegar a ser (Martín, 2013) de enriquecedora toda acción humana desde el deleite del lenguaje.