La lectura es un acto de amor y de coraje personal

Galo Guerrero Jiménez

Siempre que se lee, aparte de encontrar la información que se busca, y sea el texto que sea, es decir, tanto en su discurso textual cuanto al género en el que se escriba y con el estilo que el escritor haya escogido, lo que al lector debe importarle es encontrarle un significado específico al texto; y, para ello, entre tantos factores que en el lector influyen antes de la lectura, en la lectura y después de leerlo, lo que está siempre en juego, es el conocimiento que del lenguaje tenga para que cognitiva, semántica, pragmática, morfosintáctica, estética, hermenéutica, incluso, ecológica y políticamente pueda empoderarse de ese discurso que fluye según la disposición mental, anímica e intencional que desde la prelectura le es inherente para una adecuada interpretación, sabiendo que, en primera instancia, “el escrito se mueve en el plano de la denotación, entendida esta como la expresión de un significado directo sin componentes que lo distorsionen” (Agudelo, 2002); pues, saber qué dice el texto, es el punto de partida para una efectiva connotación.

Así se va formando paulatinamente un lector, día tras día, lee que lee, y marcando experiencias según sean sus intereses temáticos, profesionales, de estudio, de instrucción o, sencillamente, de deleite, como en el caso de la literatura, de la filosofía o de cualquier otra disciplina en la que al lector lo que le interesa es aprender a disfrutar de ese conjunto de palabras que para él siempre le resultarán exquisitas, excelsas, nutritivas, agradables y/o formativas, dado que, como señala Agudelo, “el texto tiene una especie de corriente, de luz, de sombras, de coloridos, de senderos, de espacios y laberintos secretos, que es imposible recorrer sin unas estrategias especiales” (2002) que el lector las va transitando a lo largo de su historial de lector y desde su condición socio-educativo-cultural para que, conforme el gusto por lo leído y el interés que el texto le despierte con esa fuerza y vitalidad que el lenguaje leído tiene, pueda vivir con la más plena efervescencia momentos de empoderamiento muy personal que le surgen en su psique, dado que, esa naturaleza por lo leído se convierte “en un acto de amor, de coraje; es una práctica de la libertad dirigida hacia la realidad, a la que no teme; más bien busca transformarla, por solidaridad, por espíritu fraternal” (Barreiro, 2018) o, simplemente, por el hecho de sentirse bien en tanto esté disfrutando con la mayor placidez de ese encuentro amoroso y placentero con el texto.

En todo caso, la conducta que el lector asume en cada texto es el producto de “una realidad que nos exige una actitud de gran tensión creadora, de poderoso despliegue de la imaginación” (Barreiro, 2018). “Precisamente, dentro de ese sentido se ubican cuatro acciones fundamentales que generan los escritos como realidad susceptible de descodificación (…): crecer, crear, descubrir y discutir. A esas actitudes corresponden los textos místico-teológicos, artísticos, científicos y filosóficos respectivamente” (Agudelo, 2002), o cualquier texto que con plena libertad de lectura provoque acciones y actitudes que lo encaminen a ese lector a descubrir el sentido que para él subyace en ese conjunto de palabras leídas a partir del razonamiento y del diálogo-monólogo que con el texto establece desde su más plena subjetividad; elementos que, de una o de otra manera, lo encaminarán a la toma de un posicionamiento ecológico-político-ideológico, pero, sobre todo, de un disfrute basado en sus coordenadas antropológico-éticas y de la construcción del imaginario que su calidad humana le ha ido marcando en el trayecto de su vida no solo como lector, sino como ciudadano que sabe que debe construir y vivir política, poética y realísticamente su propia narrativa desde el uso simbólico del lenguaje.