Leer es algo personal, sobrio, elegante

Galo Guerrero-Jiménez

El mundo de la lectura es atrayente, asombroso, colorido, de riesgo, de entusiasmo, de aventura, de ciencia, de ficción, de interés, siempre y cuando sea la voluntad y la libertad más plena y genuina la que le lleve a ese lector a elegir personalmente lo que debe leer. De ahí que, lo grave de leer cuando el cerebro no se acopla mentalmente a esa realidad textual para enfrentarse a ese mundo de palabras, es que le resultan extrañas, poco apetecibles a un lector que no tiene ninguna idea de la riqueza que ahí pudiera encontrar para que se entable ese diálogo mental, tan necesario para que, ese mundo de palabras le llegue al intelecto y a la emocionalidad más sentida.

De ahí que, el rechazo que tiene una gran mayoría de escolares a la hora de leer para estudiar, radica en que, por su escasa formación que aún tiene para enfrentarse a ese mundo de palabras que las ve o las siente extrañas y, por ende, poco apetecibles para que irradien de sabiduría su naturaleza humana, consiste en que no es él el que elige esa lectura; se trata de un texto impuesto y al cual no solo que debe leerlo obligadamente, sino que debe cumplir con varias tareas que las tiene que realizar desde un modelo cognitivo en el que lo que importa “es la búsqueda de la información, no la constitución del saber, y el material pasa directamente de Internet [o del texto que tenga en sus manos] a la tarea escolar sin fijarse en el cerebro humano” (Patte, 2011), sencillamente porque lo que está haciendo no es de su agrado; pues, el cerebro lo que hace es actuar mecánicamente, a regañadientes, con pereza.

Por supuesto, en la escolaridad, y hasta en el mundo universitario, no es fácil que los estudiantes aprendan a leer por su cuenta, como debería ser para que sea el entusiasmo y la disposición cerebral las que den cuenta  de la valía que ese mundo de palabras tiene para el logro de una nueva mirada ante el mundo, puesto que el lenguaje leído desde la buena disposición mental de cada lector “no solo transforma, sino que nos transforma; no solo dice, sino que nos dice. El lenguaje, por tanto, comienza a ser el gran receptor del mundo exterior, con la ventaja además de ser un receptor capaz, a su vez de emitir. Las cosas nos llegan por las palabras y son devueltas con las palabras” (Cansino, 2002) con pasión, con entrega, con deleite y con tantos factores positivos que siempre le acompañarán al lector que le fue posible adentrarse en el texto de manera personal, libremente elegido.

Por lo tanto, “leer es algo personal. No se decreta a fuerza de lecturas obligadas. Cada uno de nosotros necesita encontrar la puerta que podrá ayudarlo a entrar personalmente en este dominio vasto y excitante. El punto de partida está en cada uno de nosotros, en nuestra sensibilidad y en nuestra convicción. No podemos pasarlo por alto, porque de lo contrario corremos el riesgo de no ser sino seguidores sin pensamiento verdadero” (Patte, 2011); por lo tanto, sin ideas personales que nos acompañen para saber influir en la vida con nuestras mejores decisiones personales.

Por supuesto, para hacer posible que la lectura sea algo personal,  y que sea un logro eficiente en el ámbito de la escolaridad, está en el nuevo enfoque que debe tener la educación formal en general, en especial, la del docente que no debe “olvidar jamás que si queremos enseñar, quienes primero tenemos que estar aprendiendo constantemente somos los maestros” (Bona, 2017), ante todo para que nos demos cuenta que “es preciso partir de las motivaciones afectivas del adolescente y  derivarlas a la lectura” (Docampo, 2002) de manera prudente y agradable a los intereses del escolar para que se acerque amigablemente a ese espacio textual.