“Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo”

Campos Ortega Romero

campolin2010@hotmail.com

El redentor y hombre comprometido con su pueblo no poseía, para nada, ese aire de dulce cordero que hoy le pintan. No era un hombre blandengue, ni un tímido, ni tampoco caminaba pausado y lánguido, como lo imaginan los cineastas modernos. Aquel hombre andaba a trancos largos por las orillas del diminuto mar de Galilea, y se dirigía con voz fuerte a los pescadores para reclutar a su milicia. Hablamos de Cristo.

“Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo”. Hablaba así a los obreros del mar y les incitaba a dejar la red, a abandonar el bote, para formar parte del grupo de fieles y seguidores de su evangelio, por días mejores de los hombres y mujeres sencillos del pueblo. Sus palabras, sus promesas, eran hiel para el paladar de los sacerdotes, de los gobernantes, de los beatos, de los ricos. Rodeado de su todavía pequeño grupo de pescadores y pobres, acusaba a las puertas de la ciudad: “No penséis que he venido para hablar de paz en la tierra. No he venido para hablar de paz, sino para daros guerra”

Y a su gente les hablaba con la verdad y los animaba para ser fuertes, seguros y orgullosos de su pobreza, del callo de sus manos, de su hambre, de los insultos de los ricos: “Bienaventurados los pobres –decía- porque de ellos es el reino de los cielos” y proseguía: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed… bienaventurados los que padecen persecución… bienaventurados cuando os insultan”, fue así como comenzó su lucha contra lo establecido.

Uno de sus cronistas, Mateo, cuenta así: “Al oírlo los altos jerarcas de la iglesia y los beatos y privilegiados entendieron que hablaba de ellos y buscaron como echarle mano: pero temieron al pueblo” “Guardaos —decía a sus amigos— de los que aman sentarse en las primeras sillas de la iglesia” Y sobre las cabezas de su tropa gritaba a los señorones que escuchaban pocos metros más allá: “¡Hay de vosotros, escribas y fariseos: Hipócritas! Porque sois semejantes a un sepulcro blanqueado, hermoso por fuera y lleno de podredumbre por dentro” Y los acusaba: Serpientes. Generación de víboras: ¿cómo pensáis escapar al juicio del infierno? Por decir su verdad y ser fiel a su otra pasión, sabe que va a morir, pero le queda tiempo para unas cuantas cosas por decir y las dice a tiempo.

Cristo sabe que tiene que morir y muere. Cuando Pilatos se lava las manos, hace mucho rato que la reivindicación estaba urdida. Esbirros y guatacas llenaban la plaza frente al balcón del gobernador romano. Quienes lo asesinaron no era el pueblo: eran los poderosos, los explotadores y sus lacayos, sus protegidos, sus sirvientes. Murió y resucitó y nunca una historia hubo de repetirse tantas veces. Una y otra vez, la singular semilla brotó en cada siglo, resucitó en cada rebelde, en cada justo en todos los miles de crímenes de todos los imperios.

Sí, resucita y muere, no una sola vez sino mil veces, y resucita cada vez que un rebelde levanta el puño, contra sus mismos enemigos. Cada vez que alguien se enfrenta a la hipocresía, a la injusticia, a la riqueza, a la explotación, a la fuerza, a la corrupción a y complicidad de las acciones y hechos cotidianos. Consideramos que estas acciones constituyen un llamado a la fe, para enarbolar las banderas de la reivindicación social.

Todo esto para transformar el rencor en amor del bueno, y —no de palabra—, y las pasiones negativas sean absolutamente desconocidas y los intereses mezquinos sean objetos de archivo. Si sembramos las acciones anotadas, significa empujar los molinos de viento, para que se constituyan en una lección para que las nuevas generaciones sigan en la labor inconmensurable del bienestar para todos. De no hacerlo así la fe y el recordar la Semana Santa o Semana Mayor del mundo cristiano, será un golpe de pecho que a nadie ha dolido. Esperamos estar equivocados. Así sea.