Testamento de amor

P. MILKO RENÉ TORRES ORDÓÑEZ

En la noche de un jueves Jesús instituyó dos sacramentos de amor: Eucaristía y Orden Sacerdotal. Cada uno de ellos es un camino para encontrar plenitud, salvación, totalidad. En una palabra: santidad. ¿Tan importante es el amor en estos signos de vida? Claro que sí. En el Evangelio de este domingo, san Juan, amplía el discurso que Jesús promulgó en aquella memorable cena. El amor y los mandamientos están unidos: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”. Nuestra identidad como creyentes encuentra, de esta manera, su fortaleza.

Lo que aparece como una novedad en la enseñanza de Jesús no debe sorprendernos. Él vive en el amor. Ama todo y a todos, incluso cuando parece un contrasentido o, quizá, una utopía. Los discípulos fieles son quienes pueden amar, más allá del amor. En palabras de santa Teresa de Calcuta: “Amar hasta que duela”. El Espíritu Santo es quien hará posible que lleguemos a constituirnos en discípulos y misioneros, peregrinos de Dios y de la Palabra. Recordemos que, en la cruz, Jesús escribió un testamento de amor: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu”. Una verdad concreta, contradictoria, necesaria, para el mundo. Nos hace, una vez más, la más grande promesa. Estará con nosotros, todos los días, hasta el final de los tiempos. No vamos a estar solos. Desde siempre, en el seno del Padre, nos envía un Defensor, amor, luz, verdad. Dios acontece en nosotros eternamente. Estamos llamados a afrontar muchas luchas. La expresión griega “parákletos”, “paráclito” en nuestro vocablo, nos permite pensar en un abogado, defensor, intercesor. San Juan desarrolla un tema predominante en su cristología. El Espíritu de la Verdad hará lo que hacía Jesús mientras estuvo con los discípulos en este mundo. La presencia de Jesús resucitado garantiza cumplimiento y plenitud. “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él”. Jesús pide fortaleza para afrontar las vicisitudes misioneras, el escándalo, la persecución, la muerte.  El testamento que nos deja es un tratado de alegría, vida y eternidad. Su encarnación es una presencia activa en nuestra vida interior. Es urgente volver al amor del principio. En una de las catequesis del Papa Francisco sobre el Espíritu Santo subrayó la validez del sacramento del amor. El Espíritu Santo anima a tener fe, no ritual, sino auténtica. Nuestra lucha interior se fortalece cuando entendemos la urgencia de valorar el don sagrado de la conversión. El Espíritu Santo, señala el Papa Francisco, es la guía de este camino sobre la vía de Cristo, un camino maravilloso, pero también fatigoso, que empieza en el bautismo y dura toda la vida. Debemos caminar según el Espíritu. Recorriendo este camino, el cristiano adquiere una visión positiva de la vida. Caminemos, no como una actividad individual, sino comunitaria. Construir la comunidad es una empresa ardua llena de envidias, prejuicios, rencores, tentaciones. No miremos hacia atrás. Recorrer el camino del Espíritu requiere, sobre todo, dar espacio a la gracia y a la caridad. El testamento del amor necesita de nosotros para su aplicación.