Psicolingüística y construcción de la voz desde la lectura

Galo Guerrero-Jiménez

De entre tantas ventajas que la lectura debidamente asumida tiene, de manera especial cuando se lee con deleite, con interés y con la voluntad libremente asumida para que el lector se adentre en el “cerebro” del texto escrito, está la más substancial, que consiste en aprender a pensar desde el diálogo-monólogo que la psique humana mantiene consigo misma, para luego entrar en contacto con un alguien que nos escuche sobre esa realidad lectora leída y la que el lector, por su cuenta construye para aportar desde el ámbito de la inferencia y de la reflexión que le es inherente fenomenológica y psicolingüísticamente para analizar  ese mundo textual.

Ese deseo personal de leer la temática que a bien tenga el lector, se convierte en una interrelación silenciosa y actuante, ya no solo con el texto, sino con un alguien al cual pueda conectarse con la palabra que haya podido llegar a significarla desde su particular mirada que la mente le permite escenificar y potenciarla en calidad de sujeto hablante, no solo para dar cuenta de la comprensión literal que el texto contiene, sino para llegar al otro con su palabra, la cual depende de su más profunda subjetividad.

En este orden, cuando el lector se convierte en sujeto hablante, es decir, actuante, como producto de su psique, se debe a que “más allá de cada acto de lenguaje existe un no dicho transformando la actividad lingüística en algo inagotable” (Cabrejo Parra, 2020), en virtud de ese deseo que el ser humano tiene para comunicarse, para ser un parlante narrativo, o poético, o un gran portavoz, ya no de lo que el texto contiene, sino de sus particulares representaciones mentales, fenomenológicamente asumidas; puesto que, como señala Cabrero Parra, “él lleva en su habla la musicalidad de la voz de aquellos que le permitieron construir la suya. La voz contiene al otro. La otredad inherente a la voz transforma el lenguaje en compañero interno que estará a disposición del sujeto durante toda la vida permitiéndole hablarse en silencio a sí mismo” (2020, p. 84), para luego hablar en voz alta a la otredad desde la enorme posibilidad de propuestas que su psique le permite canalizarlas para compartir con los demás en calidad de estudioso, técnico, investigador, profesional o, simplemente, como un lector común, que quiere compartir por el deseo de estar vivo y actuante, en virtud de que “hablar con los demás es la manera más natural de aprender a hablar con uno mismo” (Sigman, 2022).

Leer, entonces, desde nuestra más genuina condición humana, equivale a encontrarse con uno y con el otro que, en este caso, es el autor del texto, el cual se convierte en un modelo de vida, en un referente, dado que, ese lenguaje escrito siempre es altamente representativo de una realidad científica, cultural, estética, sociológica, literaria, musical, o de la índole que sea, que está ahí, listo para brindarnos su luz, para relajarnos, para comprometernos con un algo que tenga sentido o, simplemente, para estar con un viviente que necesita, si es del caso, ser consolado, agraciado, engrandecido o, como el caso de las canciones tristes, que con su letra y sonidos armónicos, “nos hacen sentir, por este orden, que alguien nos comprende, que estamos menos solos, que también nosotros podemos salir adelante y que es maravilloso que algo tan bello haya surgido de algo tan triste” (Levitin, 2019).

Pues, psicolingüísticamente, la lectura de un texto de nuestra preferencia, nos prepara para enfrentar nuestras realidades cotidianas, tal es el caso de la literatura infantil y adulta, la cual “está destinada a satisfacer esta irresistible necesidad de ‘jugar con palabras’, propia del ser humano. Juego y facultad de lenguaje son indisociables. La vida psíquica propia de los humanos no sería posible sin esa alianza” (Cabrejo Parra, 2020) de la voz, tan vital para el sostén de la vida en sus amplias manifestaciones de grandeza humana desde la palabra viva y actuante.