Loja, un rincón del sur de Ecuador, se ha erigido como un prodigio del turismo. Su rica paleta de paisajes, gastronomía y climas, conjuga la diversidad y esencia de una región que, pese a su anterior concepción de “lejanía”, se está posicionando como un imprescindible en el itinerario turístico. Tres grandes eventos —la venerada romería de la Virgen de El Cisne, una feria internacional y un festival internacional de artes vivas— son el espejo que refleja su grandeza al mundo entero. Cada uno de ellos, de un modo u otro, atrae la mirada tanto nacional como internacional, convirtiéndola en la envidia de otras ciudades.
Sin embargo, este brillo no solo emana de sus atracciones o de su herencia cultural. Reside, con igual intensidad, en su gente. Nosotros, los ciudadanos de Loja, somos los verdaderos embajadores. En nuestras manos está la responsabilidad de impulsar y resaltar la magnitud de este “diamante” que es Loja. Pero esta labor va más allá del simple orgullo local; exige una “proactividad cooperante” por parte de todos: ciudadanos, empresarios, medios de comunicación y gestores.
Lamentablemente, un refrán se ha infiltrado en nuestra cultura: “lojano come lojano”. Este dicho, que resalta una mirada autocentrada y poco constructiva, puede eclipsar el verdadero potencial de Loja. Como lojanos, debemos alejarnos de las críticas sin propuestas, de las informaciones malintencionadas y de las actitudes que limiten nuestro crecimiento. En vez de ello, deberíamos alentar la construcción colectiva, la objetividad y el fomento de herramientas que resalten nuestras fortalezas.
Con una nueva actitud cooperante y proactiva, no sólo destacaremos las maravillas de Loja al mundo, sino que también puliremos y fortaleceremos su esencia. Que nuestra proactividad no se limite solo a la promoción turística, sino que abrace la noble tarea de construir y mejorar constantemente nuestra ciudad. Y así, Loja no solo será conocida por su belleza natural y eventos magníficos, sino también por el vigor, compromiso y amor de su gente.